Monumento al "Dr. Carlos J. Finlay" (1916) de Ugo Luisi (Detalle). La Habana Vieja.
Sin dudas uno de los escenarios de mayor visualidad del patrimonio cultural de una nación resulta ser el paisaje urbano, espacio que no solo está integrado por calles, plazas y parques, sino también por el mobiliario y la arquitectura que, desde sus lenguajes o función, dialogan con él. Y es con toda razón la ciudad deviene un texto cultural cuya riqueza permite al forastero conocer a la población que ha morado y mora en ella pues su condición de palimpsesto, posibilita además de atesorar las evidencias del pasado y exponer su presente, enuncia, en ocasiones a gritos, los retos que enfrentan sus habitantes en la conformación y defensa de su identidad.
La presencia del Dr. Carlos J. Finlay, signo del patrimonio científico, es un hecho francamente notable en el paisaje urbano de nuestras ciudades, máxime si tenemos en cuenta que son raras las urbes que carecen de un espacio en el que se respire su presencia. En conmemoración al 186 aniversario de su natalicio y desde una perspectiva histórica, aproximaremos a uno de los ejemplos más significativo en el diálogo entre dos interesantes universos del patrimonio: la Ciencia y el Urbanismo.
Una apretadísima síntesis de la vida y obra de Carlos Juan Finlay Barrés (Camagüey 1833-La Habana 1915) –documentos de archivo indican que fue inscrito como “Juan Carlos”- lo revelan como una de las más excelsas figuras de la historia de la ciencia en Cuba. Nació en Camagüey el 3 de diciembre de 1833, de padre escocés y madre francesa, y tras una básica formación en Francia ingresa con 20 años al colegio médico de Filadelfia, graduándose de Epidemiología dos años después, en 1855. Sus aportes se inscriben en los análisis experimentales en la segunda mitad del siglo XX, lo que le permitió describir la importancia del vector biológico en la transmisión de enfermedades por agentes biológicos, resultado imprescindible para combatir la fiebre amarilla y por el que fue reconocido, no sin serios obstáculos, tanto en el ámbito nacional como internacional. Si bien hace pública su teoría en 1881, no es hasta 20 años más tarde que se reconoce su autoría, legitimidad que le conllevó a la nominación del premio Nobel en Medicina en 1905 y 1915, entre otros.
Monumento al Dr Carlos J. Finlay en el Hospital Militar. Marianao.
Si bien se otorga primacía a dicho descubrimiento los aportes de Finlay a la medicina anteceden a ello, tal es el caso de sus consideraciones acerca del cólera en 1871, hecho que le inscriben en 1872 como Miembro de Número de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana y en 1995, Miembro de Mérito. En 1902 fue designado Jefe Superior de Sanidad. En 1928 se crea la Orden al Mérito “Carlos J. Finlay”, que se otorga a los que presta relevantes servicios a la ciencia y recuérdese también que el 3 de diciembre, en conmemoración a su nacimiento, se celebra el Día de la Medicina Latinoamericana. Muere el 20 de agosto de 1915.
De su presencia en el paisaje urbano centraremos la atención en las primeras inscripciones que se realizan en Camagüey, su ciudad natal; pero antes, por los aportes que en el campo teórico de la conservación ofrecen, se hace aquí una aproximación a dos proyectos de “decoración” realizado entre 1937 y 1938 para la “Plaza del Dr. Carlos J. Finlay” que ocupa la manzana delimitada por las calles Belascoain, Estrella, Maloja y División, en Centro Habana, propuestas que en apoyo a la legítima gloria de Finlay entre “los grandes de la humanidad”, publica el profesor Pedro M. Inclán desde la Cátedra de Arquitectura de Ciudades, Parques y Jardines de la Universidad de La Habana en el no. 93 de la revista Arquitectura, de 1941. (1)
Plaza del Dr. Carlos J. Finlay.
Los trabajos corresponden a los estudiantes Felipe Driggs Guerra y Antonio Novoa y en ellos se pretendía “disponer convenientemente los jardines de la plaza que queda frente al Ministerio de Salubridad y Asistencia Social, emplazando debidamente el monumento del Dr. Finlay que lo decora y colocando, de modo correcto, los cuatro bustos que lo rodeaban, guardando unidad de conjunto”. De tal enunciado se puede considerar que si bien el monumento honra al insigne investigador también, en su condición de obra de arte, cualifica el espacio urbano integrando en él valores científicos y artísticos amén a que, en opinión del propio Inclán, “la agrupación de cuatro bustos cerca de una estatua suele dar aspecto al conjunto de exhibición de sala de Museo, cuando no de tienda de estatuas comerciales”. ¿Encuentra el arquitecto disonancia alguna entre espacio urbano y espacio museal para la exhibición de esculturas?, ¿o sus palabras han de ser consideradas huellas de protesta al rígido montaje museográfico que caracterizaba –y caracteriza- a los museos? Una mirada al parque actual indica que tal criterio fue tenido en cuenta en tanto solo existe en ella el monumento al Dr. Finlay.
Destaca Inclán en su publicación los rasgos que distingue a cada autor y en base a ello emite reflexiones en el ámbito social y económico, implicaciones que no ha de pasar por alto tanto en la construcción de obras conmemorativas, como en la recepción que de ellas ha de hacer el público: “El proyecto del Arq. Novoa da mayor importancia a resaltar el monumento principal. El del Arq. Driggs atiende más a proyectar una plaza que sirva, además de su objeto principal, de esparcimiento al vecindario”, subrayando: “El primero tiene carácter más monumental. El segundo más cubano”. En base a los recursos necesarios indica el profesor que el proyecto del Sr. Novoa requiere materiales más costosos, al tiempo que el de Driggs “los requiere más modestos”.
El homenaje al científico Dr. Carlos J. Finlay en el paisaje urbano de su ciudad natal tiene como punto de partida la iniciativa del Gobierno Central de la Isla de construir un Parque en el área de la antigua Plaza del Paradero, área que se elige por estar en sus inmediaciones el antiguo Hospital Militar de la Villa de Puerto Príncipe, devenido Hospital General. El “Parque Finlay”, como se le conoce cotidianamente, se inaugura en 1913 y constituye un nodo importante del Camagüey actual.
Las iniciativas concretamente locales tienen su génesis en la sesión del Ayuntamiento celebrada el 27 de agosto de 1915, apenas unos días después de su muerte, cuando se da lectura a una carta enviada por vecinos y propietarios del callejón de los Ángeles en la que comunican:
Que uno de los medios más usuales de que los pueblos se valen para perpetuar la memoria de aquellos de sus hijos que de alguna manera le han dado honra y prestigio a la patria, es sin dudas, designando algunas de las calles de la ciudad con el nombre de aquel a quien se requiere consagrar; y habiendo fallecido recientemente en La Habana el Dr. Finlay, hijo de este pueblo, que tanto se distinguió por sus éxitos científicos y sus sentimientos humanitarios parece indicado se consagre su memoria a la posteridad por el medio indicado.
A dicha declaración añaden la solicitud de que se sustituya el nombre del “Callejón” por el de “Calle” llamándola “Finlay” en lugar de Callejón de Los Ángeles o del Cañón, como generalmente se le conoce. Obsérvese en este caso la relación que se establece entra la tipología del espacio urbano callejón/calle y su significación en el homenaje al científico. La propuesta se aprueba por unanimidad y fue avalado por el alcalde municipal Félix de Quesada el 2 de septiembre de 1915.
Como antecedente a la estima que los camagüeyanos tributan a Finlay recuérdese que en la sesión correspondiente al 6 de noviembre de 1907 se designa al Dr. Eugenio Sánchez Agramonte para que representara a sus miembros en el solemne acto de entrega de la medalla “Mary Kingsley” al sabio cubano, ocasión en la que el alcalde primero, Dr. Antonio J. de Moya, propuso la adquisición de un buen retrato del Dr. Finlay para el salón de reuniones.
Nuevo signo de reconocimiento se manifiesta en 1943, cuando en el contexto al que responde la referida publicación de Inclán en la revista Arquitectura, el Club de Leones de Camagüey coloca una tarja el 3 de diciembre de ese año en la fachada del ecléctico inmueble número 15 moderno, considerada entonces como su casa natal, en la que se hace constar que el médico era reconocido como “descubridor del agente transmisor de la terrible fiebre amarilla y gloria de las Américas, a quien tanto debe la humanidad”. Apenas unos meses después, el 10 de mayo de 1944, al parecerle demasiado modesto el referido callejón de los Ángeles para reconocer a tan magna figura acuerdan poner su nombre a la plaza De la Merced, que ya había sido rebautizada como Charles A. Dana, transfiriendo el nombre del norteamericano al antiguo callejón. En la práctica este solo fue un proyecto que no dejó huellas en la memoria colectiva.
Otro aporte de Finlay al patrimonio urbano tuvo lugar en el eje nombrado antiguamente Avenida de Pueyo, el mismo en el que respondiendo a un proyecto de connotación nacional se rebautizara con el nombre Avenida de Bélgica en 1919. Sirve de motivación la rehabilitación de la misma como senda que serviría de conexión entre la ciudad y el aeropuerto Ignacio Agramonte y el criterio rector, como se observará, será la defensa del patrimonio local por encima de los patrones nacionales. En sesión del 3 de noviembre de 1944 se da lectura a un informe que inicia con las siguientes palabras:
El Gobierno central ha construido un parque en los terrenos de la antigua Plaza de Vapor, frente al Hospital General, en el cual ha erigido un monumento a la memoria del sabio camagüeyano Dr. Carlos J. Finlay. // El propio Gobierno está construyendo una avenida de doble vía que comunica la ciudad con el aeropuerto internacional Ignacio Agramonte en los terrenos de la Avenida de Bélgica, antes del Paseo de Pueyo. // Es oportuno asignar a ambas obras nombres que reflejen el sentir local y que representen valores de nuestra región, que los han producido en todos los órdenes.
Como premisa, en primer orden, fue necesario revocar el acuerdo que en 1919 dio el nombre de Avenida de Bélgica al antiguo Paseo de Pueyo, y en cuanto a la renovación a los referentes Finlay y Agramonte, emblemáticas figuras del Camagüey, se sumaron varias personas e instituciones entre las que aparecieron con sus sugerencias: la Sociedad Popular de Santa Cecilia; el habanero Andrés Núñez, Mateo Aponte y Landelina Agüero y Veloz, la Asociación de Defensa de Veteranos e Hijos de Veteranos y el doctor Francisco Martínez de la Cruz, quien se empeña en hacer partícipes del cambio toponímico a la población mediante un discurso que titula “¿Por qué la Avenida del Aeropuerto debe llamarse Avenida Finlay?”, texto que concluye: “Es un error de apreciación separar el nombre de una Avenida del nombre de su plaza terminal”. De modo que, en su parecer, se trataba solo de una extensión del nombre, de la Plaza a la Avenida.
Por mayoría de votos los concejales tomaron el acuerdo de llamar a esta avenida Carlos J. Finlay el 24 de noviembre de 1944. Para unos sería solo Avenida Finlay; para otros, más centrados en la modernidad que en el patriotismo, Doble Vía. Finlay constituye el referente cultural del prestigioso científico cubano Carlos J. Finlay y Barres, el principeño que según Jorge Juárez Cano naciera en Minas de Bayatabo, Camagüey, el 3 de diciembre de 1933.
Nota:
(1) “La Plaza del Dr. Carlos Finlay”, Arquitectura, (93):145-146, La Habana, abril de 1941.
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