Érase una vez la salsa: Lección de piano IV
Érase una vez la salsa: Lección de piano III
Érase una vez la salsa: Lección de piano II
Érase una vez la salsa: lección de piano I
Innegablemente el llamado “estilo cubano del piano” se ha ido colando en los más diversos parajes del mundo. No es una historia nueva, solo que ha tenido dos vertientes fundamentales a saber: los pianistas per se, los pianistas profesores que a su vez funcionan como concertistas y los pianistas profesores a tiempo completo.
Este recuento, plagado de algunas omisiones, es un acercamiento a la relación que establece este redactor y algunos de ellos a los que generacional y afectivamente estoy vinculado. Es por ello que en aras de no hacer una historia incompleta me gustaría resumir al papel relevante de algunos de ellos y su impronta en diversos lugares del mundo.
Posiblemente el primer gran profesor de piano, “a lo cubano” y que para muchos es desconocido es Alfredo Rodríguez, quien por casi cuarenta años sentó cátedra en la ciudad de París, no solo como ejecutante de jazz, sino como profesor a tiempo parcial en algunos conservatorios de esa ciudad. Sin embargo, su gran mérito fue el ser uno de los grandes animadores de la vida jazzística de esa ciudad por más de cuarenta años. Contaba el gran Michel Legrand que una vez que regresó de su etapa neoyorkina, donde había sido alumno de club de jazz del gran René Hernández, descubrió a Alfredito una noche y se dio cuenta que había mucho más que aprender del estilo cubano. Y desde entonces se propuso como meta una vez al mes tocar con el cubano en cualquier plaza de la ciudad en que se presentase; y fue más lejos al sugerirle que le acompañara a sus clases en el Conservatorio de París donde fue nombrado profesor sustituto de Legrand por años.
Alfredo es un gran desconocido en Cuba y estas líneas solo pretenden justipreciarlo.
Serán los años noventa un buen momento para que algunos pianistas cubanos se radiquen en Europa y Asia y comiencen a llamar la atención no solo de los músicos y del público, sino también de algunas entidades educativas que, aunque no los contratan, les invitan ocasionalmente a ser parte de su claustro.
Parecía que se lo había tragado la tierra. Un buen día Ramón Valle, llamado “el güije” por sus amigos –debido a su pelado imitando las trenzas de los rastafaris, como mismo los tenía Gerardo Alfonso en una época, y a su baja estatura que se asemejaba a un personaje de un popular programa de televisión dedicado a los niños— desapareció de la escena cubana.
Ramoncito había formado parte de aquella versión de Diákara que acompañó al trovador Silvio Rodríguez tras su etapa de Afrocuba, pero también era un nombre recurrente dentro del jazz cubano de esos años por su desbordante talento y creatividad, que para muchos entendidos solo era superado por Gonzalo Rubalcaba; criterio que nunca he compartido por tratarse de dos personalidades musicales diferentes y dos formas de entender la música, aunque generacionalmente estén interconectados.
Tal comparación gravitó en muchos amantes del jazz cubano y no permitió ver en su justa medida la personalidad y la fuerza musical de Ramoncito y haciendo que algunos pseudointelectuales, pseudo programadores y diletantes de ocasión le miraran de soslayo.
Solo que Ramón Valle se había establecido en Europa, en la zona norte de Europa, fundamentalmente los Países Bajos, donde recomenzó tanto su vida como su carrera y una forma inicial de ese renacer lejos de casa y el calor de la música cubana fue vincular su papel como músico formado con ciertos coqueteos con la enseñanza del piano, bien fuera de modo privado o bien buscando un espacio en algún conservatorio.
Y en ese renacer su nombre se fue convirtiendo en toda una referencia dentro del mundo del jazz de esa zona de Europa que para muchos de nosotros es totalmente desconocida, aunque de vez en cuando nos llegue un nombre o un trabajo interesante. Se ha contado que su talento y modo de ejecutar el piano está tras algunos proyectos musicales que han abrazado las vanguardias musicales europeas y que es presencia obligada en muchos festivales de esa región y de los florecientes espacios de jazz que hoy proliferan en el este de Europa.
Menos conocido es el nombre de Nelson Díaz, el pianista y que para nada está vinculado con el guitarrista de igual nombre.
Nelson Díaz, a quien muchos consideraban el “alter ego de Joseíto González” por su forma de entender y hacer la música cubana, especialmente el son; había sido el artífice del sabor sonero que caracterizó al grupo Manguaré en los años ochenta del pasado siglo, junto al sonido del tres de Pancho Amat.
A comienzos de los años noventa Nelson emigra y se radica en México donde ha desarrollado una notable labor como docente y en contadas ocasiones ha regresado a la ejecución profesional del piano.
Caso similar al de Nelson es el de Emilio Ricard, conocido en el ambiente musical como “Chambert”. Parte de su trabajo profesional en Cuba transcurre sustituyendo a Nelson Díaz en el grupo Manguaré y que continúa al asumir la dirección musical del grupo Calle 42 en los años noventa.
Para la segunda mitad de la década se radica primero en Hong Kong siendo el líder de uno de los primeros proyectos de música cubana y tropical que se dan a conocer en esa isla; posteriormente se traslada a Malasia donde ha ganado reputación como pianista, productor musical y profesor invitado de la Universidad Metropolitana de Kuala Lumpur.
A su empeño se debe el que esa ciudad contara para comienzos de los años 2000 con un club de jazz y posteriormente comenzaran a invitarse a grandes jazzistas cubanos.
Miguel Núñez es conocido por todos por haber sido por años el pianista y director musical del grupo que acompañó a Pablo Milanés. Él, lo mismo que Leonel Morales, Peruchín III y Miguelito “pan con salsa” forma parte del grupo de alumnos vinculados al magisterio de Frank Fernández.
Núñez, en la actualidad, ha comenzado una carrera como profesor de piano en España, lugar donde reside, y su nombre ha llamado la atención de muchos interesados en la ejecución de ese instrumento, sobre todo en lo que acá llamamos nivel medio y en ese despertar de su carrera pedagógica ha influido, notablemente, el hecho de su amistad con Leonel Morales que le ha acompañado en esta primera etapa de su carrera magisterial; aún así Miguelito no ha dejado su labor como pianista y productor musical.
Sería injusto este mirar al papel de algunos pianistas cubanos dentro de la enseñanza del piano en diversos lugares del mundo sin mencionar el papel de “maestros silenciosos” que han desarrollado a partir de sus trabajos discográficos y presentaciones en diversos escenarios de músicos de la talla de Gonzalo Rubalcaba, Omar Sosa y Jesús “Chuchito” Valdés; los dos primeros con mayor notoriedad que el hijo mayor de Chucho y primogénito nieto de Don Bebo Valdés.
Chuchito, lamentablemente ha sido marcado por el síndrome de la descendencia, lo que ha limitado parte importante de su reconocimiento internacional. Ese aspecto no ha limitado que su carrera y estilo le haya ganado seguidores y algún que otro “alumno” secreto que haya encontrado, en su modo de ejecutar el piano, una ruta para entender las virtudes musicales de sus ilustres abuelo y padre.
Estos son algunos nombres notables. Algunas historias, que como tantas otras, se deben contar…; solo que hay otros instrumentos y otras historias dentro de la música cubana que han pasado de los escenarios a las aulas y merecen ser justipreciadas.
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