Érase una vez la salsa: Lección de piano (II)
Érase una vez la salsa: lección de piano (I)
El nombre de Sonia Díaz posiblemente no diga nada a muchos. Es más, posiblemente sea una extraña para muchos músicos cubanos. Sobre todo, para aquellos que han emergido en los últimos treinta años.
Posiblemente su nombre le resulte familiar a una generación de músicos que para este momento de la vida esté en su ocaso. Sin embargo, en Colombia es una referencia obligada en la enseñanza de este instrumento.
Permitan que la presente.
Sonia Díaz es hija y nieta de trovadores y miembro de una familia (dinastía se podría decir) de músicos notables. Su abuelo es el imprescindible Tirso Díaz, del que posiblemente muchos cubanos nunca hayan escuchado alguna de sus tantas y hermosas canciones. Su padre es el también trovador Angelito Díaz, autor del tema Rosa mustia; tema que está entre los que definieron ese estilo de la canción cubana conocido como filin –aunque cuando se habla de esa forma de canción, que ya ha sido definido como género, solo se haga referencia a los nombres de César Portillo, José Antonio Méndez y Marta Valdés— y que además surgió en su casa, en el habanero barrio de Cayo Hueso en el llamado Callejón de Hamlet —y que curiosamente fue el único que no dudó en cantar los temas de algunos de sus contemporáneos o posteriores de forma regular junto con sus canciones.
Entre los otros miembros notables de su familia se cuentan sus hermanos Ángel Díaz Jr, guitarrista concertante y compositor; el guitarrista Nelson Díaz y sus sobrinos el cantante Alexander Díaz y el percusionista Nelson Díaz. Aunque también se integran a la misma, de forma colateral, los llamados parientes políticos: la cantante Daria Delgado y su esposo el productor musical y bajista Alain Pérez.
Sonita, como es conocida en su entorno familiar, siempre quiso ser profesora de Piano y así debía ser después de haber sido alumna de Teresita Junco, toda una referencia de la enseñanza de ese instrumento junto a Frank Fernández en los años setenta y ochenta. Sobre todo, por su voluntad de querer enseñar desde ese instrumento los secretos del filin y las posibilidades de ese género para ser considerado como “una forma muy particular de la canción y sus vínculos con el jazz. Con ese sueño llegó a mediados de los años noventa del pasado siglo a la ciudad de Bogotá, donde se insertó en el sistema de enseñanza musical de aquel país.
Mas su labor en aquella nación se fue ampliando en la medida que un importante número de cantantes cubanos de bolero fueron llegando a los diversos escenarios bogotanos. Nadie como ella para acompañarles al piano y en ese empeño involucrar a muchos de sus alumnos.
Fue entonces que comenzó a desarrollar otra de sus facetas, tal vez la complementaria de la educación: ser repertorista. Nadie como ella estaba más apta para esa función; en su ADN está el bolero, el filin y la canción.
Mas Sonia Díaz no sería la única referencia en materia de enseñanza del piano llegada desde Cuba. Desde fines de la primera década de este siglo, un nombre comenzó a circular entre los estudiantes de piano de ese país, fundamentalmente entre los que pensaban en ser jazzistas: Rodolfo Argudín o simplemente Peruchín III.
Peruchín, acompañado de diversos formatos, se había convertido en un personaje imprescindible en la escena jazzística colombiana, fundamentalmente en el Festival de Barranquilla en donde además de sus conciertos ofrecía diversos talleres de piano para estudiantes de los conservatorios de esa ciudad y de Colombia en general. Hasta que de una vez por todas fue contratado para que ejerciera como catedrático en las escuelas de música de Medellín y de Cali; y para lograr ese objetivo se creó la Fundación Peruchín, en la que se imparten piano clásico y popular cubano.
Curiosamente Peruchín III nunca pensó dedicar su tiempo a la enseñanza regular de ese instrumento. En su familia esa tarea era de su madre Xiomara Argudín, que por años fue titular en el conservatorio Guillermo Tomás; fue ella quien primero puso las manos sobre un piano a muchos que hoy son nombres imprescindibles de la música cubana y les enseñó la magia de ese instrumento; y si fuera poco era una estudiosa del estilo de su padre, el gran Peruchín o “el Márquez de Marfil”, que transmitió íntegramente a su hijo.
Peruchín, lo mismo que Leonel Morales, que Miguel Ángel de Armas o Pan con Salsa, que Miguel Núñez; había sido alumno de Frank Fernández en el ISA; pero para todos los cubanos fue el pianista por años de NG la Banda; ese que había creado y desarrollado parte del “sonido desde el piano” de la timba y que se había aventurado a poner a bailar a Cuba con pasajes de obras de Rachmaninoff o de Tchaikovsky en tema como La bruja o Santa Palabra.
Ahora, como profesor comenzaba una nueva etapa de su vida —sin abandonar la ejecución del piano al crear su cuarteto de jazz— que implicaba la inserción de parte de sus alumnos en algunos de los concursos más prestigiosos del mundo de ese instrumento en el que “rivalizarían con los de su amigo y condiscípulo” Leonel Morales.
Todo comenzaba a indicar que el estilo y la pedagogía del piano cubano, regresaban a los grandes circuitos de enseñanza mundial.
A fin de cuentas, Peruchín, Leonel y algunos otros habían sido premiados en algunos de esos concursos cuando fueron alumnos de Frank y de Teresita.
Lo cubano en el piano comenzaba a estar de regreso al universo pedagógico, solo que esta vez desde la enseñanza y no desde la interpretación.
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