Érase una vez la salsa: De un pájaro las dos alas (III)


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Érase una vez la salsa: de un pájaro las dos alas (II)

Érase una vez la salsa: De un pájaro las dos alas (I)

 

Es el año 1996. El ambiente musical cubano es dominado por la música popular bailable, que para ese entonces comenzaba a ser denominada como Timba. La ciudad de La Habana es el epicentro del movimiento y en ella lidera estos acontecimientos el Palacio de la Salsa, que anteriormente había sido el cabaret Copa Room del hotel Riviera.

Hay bonanza económica entre los músicos. No es secreto que el Palacio es el “nuevo dorado” para los músicos y para aquellos que girovagan alrededor de los mismos. Es el lugar de encuentro en la ciudad. Es prácticamente el último que cierra a excepción del cabaret Las Vegas de la calle Infanta que lo hace una hora más tarde.

Es también este el año en que cambian las relaciones comerciales en el mundo de la industria discográfica nacional y la mayor cuota de responsabilidad de este cambio recae en las empresas discográficas extranjeras –fundamentalmente españolas— que se establecen en la Isla y acaparan casi todo el talento existente. Aunque en Cuba, en ese momento de la historia, el acceso al Disco Compacto y a sus medios de reproducción es casi nulo, las tiendas se inundan de los mismos y se comienzan a exportar a Europa, también, fundamentalmente a España.

Ahora los músicos reciben honorarios suficientes por derechos de reproducción, royalties diversos y otras regalías a las que antes no tenían acceso. Eso se refleja en su nivel de vida y en sus proyecciones profesionales.

Como complemento los directivos del hotel Riviera les otorgan ciertos privilegios, siendo el más destacado las primas de gastos en las principales áreas del mismo. Es un ciclo cerrado: actúan en el Hotel –es decir en el Palacio— y le dan incentivos para que gasten sus fondos ahí mismo, incluso con líneas de crédito contra presentaciones. Son los nuevos tiempos.

Es 1996 y José Luis Cortés y Eugenio Acosta organizan un lanzamiento del disco De aquí pa´llá (de Puerto Rico para Cuba) y hacen pública la visita de una gran delegación de músicos de Puerto Rico que vienen en dos formatos, uno es la llamada Orquesta Nacional de Puerto Rico y el otro es nada más y nada menos que el gran Roberto Roena con su orquesta la Apollo Sound; solo que a última hora se suman otros músicos y promotores como son los Seis del solar, el cantante de origen cubano Pete “Conde” Rodríguez y algunas figuras del ambiente musical neoyorkino.

Se habla de tres conciertos. Dos públicos y un tercero en el Palacio de la Salsa. Pero para lograr esta empresa se necesitan fondos. El Tosco convoca a todos los músicos más populares, aquellos que lideran las noches del Palacio. Ninguno responde, momentáneamente.

Hay que buscar los fondos y El Tosco, junto sus músicos, hacen un ciclo de presentaciones y deciden con esos ingresos financiar todo el proyecto. Pero hay que organizarlo, producirlo, pedir permisos y una decena de trámites. Qué mejor que pedir ayuda a Iraís Huerta, en ese entonces directora del Centro Nacional de Música Popular y volver a tocar las puertas a Ana Lourdes Martínez, por ese entonces vicepresidenta del Instituto Cubano de la Música. Ellas no le fallan. Nunca le han fallado “al Toscanini” como le dicen en privado.

De otra parte, será el músico José Miguel Crego, El Greco, quien se ocupe de buscar patrocinio para este evento. Lo consigue con el hotel que “asume” el hospedaje de toda la delegación –los costos se recuperan con el consumo de los boricuas y su contraparte cubana—; mientras que una incipiente Havana Club Internacional se ocupa de financiar algunas misceláneas y aporta toda la bebida que se pudiera necesitar. Y como cierre, Cubana de Aviación otorga una promoción a los boletos de todos los músicos.

Los fondos para esta empresa están casi completos y el hecho de que aumenten se debe a las llamadas personales que hiciera Iraís a algunos músicos en particular, quienes deciden donar una presentación en el Palacio a tal fin (tras esa llamada estuvo “el convencimiento personal” de El Tosco y no se olvide que algunos de ellos tenían intereses cercanos al ambiente musical neoyorkino y puertorriqueño; por lo que ayudar no es una mala idea).

Con los fondos solucionados, lo mismo que los permisos, se imponía definir los lugares de los conciertos. Obligatoriamente debía de ofrecerse uno en el Palacio y otro en La Tropical; de no hacerlo en el Salón Rosado se hubiera desatado la ira de Luis Duvalón y eso era algo que todos los músicos evitaban. Solo quedaba definir el tercer concierto y se apostó por el cruce de las calles 124 y 31 en Marianao; era un buen lugar y tenía tradición de ser sede de bailables en tiempos de carnaval.

Había que definir el talento extra a convocar, además de los más populares; y aquí se impuso el buen tino y el criterio de El Tosco: apostó por Manolito Simonet y por Bamboleo. Desde su visión, eran dos orquestas en ascenso y merecían estar en este encuentro.

La noche del día 12 de marzo del año 1996, Eugenio Acosta y José Luis Cortés recibían en la puerta del hotel Riviera a los músicos que formaban parte de la llamada Orquesta Nacional de Puerto Rico, una formación hecha con algunos de los mejores músicos boricuas de ese entonces, para tocar son, salsa y rumba en La Habana. También llegaron Oscar Hernández y Ralph Irizarry, entre otros músicos de los Seis del solar; el promotor cubano americano Avelino Pozo y su compadre, el cantante Pete “Conde” Rodríguez, quienes hacía un tiempo no viajaban a Cuba (su última visita fue junto al cantante Vicentico Valdés en el año 1958), y el gran Roberto Roena.

Sin sacudirse el polvo del camino y tras un largo trago de ron, los boricuas pidieron subir al escenario. Esa noche en el Palacio de la Salsa las dos islas emprendieron vuelo nuevamente en la música.

Lo demás es historia que algún día se habrá de contar.

 


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