La Comisión Aponte de la UNEAC, en su filial de Santiago de Cuba, presentó el pasado 12 de octubre la conferencia Presencia negra en la pintura cubana, impartida por la MSc. Ada Lescay Gonzalez. Con esta actividad la UNEAC santiaguera estrecha lazos con el Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Oriente, colaborando juntas en las celebraciones realizadas por la jornada de la cultura cubana. En esta ocasión, la joven investigadora disertó acerca la presencia del componente negro en la tradición pictórica de la Isla y delineó sus rasgos fundamentales.
¿Qué importancia le otorga al tema de la representación racial en las artes visuales?
Es un tema necesario para, en primer lugar, ganar en sistematicidad en los estudios acerca de la importancia del componente negro en la cultura cubana. El debate en torno a la urgencia de diseñar y ejercer una política gubernamental antirracista exige, cada vez más, de contenidos y actividades de mayor profundidad conceptual. El objetivo de mi investigación es contribuir, desde la academia, a visibilizar un área que, a mi modo de ver, ha sido tocada, pero en la que no se ha profundizado.
Es esencial que el discurso político antirracista se sustente en investigaciones que demuestren cuán importante ha sido «lo negro» en la formación de «lo cubano». Pienso que ahí puede estar mi aporte. Desde mi formación como historiadora del arte considero que es relevante analizar la representación en las artes visuales, aunque bien pudiese verse en otras manifestaciones.
Usted utiliza las teorías de Nicholas Mirzoeff para desarrollar luego su propio concepto de «visualidad». ¿Podría argumentar a qué se refiere con «visualidad negra» en la pintura cubana?
Es un concepto que está aún en proceso de construcción y que exige una mayor lectura sobre la cultura visual. El objetivo detrás del mismo es trastocar lo que, creo, ha sido una limitación de los estudios de la representación del negro en las artes visuales.
Se trata de que, con frecuencia, se busca solamente catalogar aquellas obras donde se observa la figura de un individuo negro. Es como contar una historia del arte que escoge con pinzas las obras a analizar y que, en su selectividad, deja fuera un hálito ancestral que permea gran parte de la imaginaría del arte cubano sin que halle una figuración concreta.
Utilizo el término «visualidad negra» para referirme a una imagen que va más allá de lo fenotípico. Hay determinados elementos de la cultura cubana que le deben precisamente a esos sujetos negros que llegaron a Cuba. La «visualidad negra» debe incluir también otras expresiones culturales de carácter religioso, músico-danzario, literario, político, etc. Es decir, debe atender, no solo la imagen per se, sino las contribuciones de toda esa parte de la población.
¿Cuáles son las características que ha tenido la representación racial en la historia de la pintura cubana?
Creo que hay que poner mucho empeño en el proceso de caracterización de la visualidad negra. Y, por supuesto, luego evaluarla. Pero, en sentido general, hay una primera etapa que se corresponde a la etapa colonial y a esas primeras décadas del siglo XX donde predomina una visión bastante folklórica, exótica, epidérmica. Por mucho tiempo el hombre y la mujer negra no formaron parte de ese discurso en relación a «lo nacional» y a «lo cubano». Consecuentemente, la presencia en las artes también es limitada.
Las vanguardias marcaron una ruptura y hay una búsqueda por mostrar ese legado. En la República hay figuras que son esenciales, que aportan mucho a esa visualidad, como es el caso de Wifredo Lam. Él pudo recrear una poética visual de naturaleza antillana, cubana, realmente valiosa y que se aleja de estereotipos que existían en torno al sujeto negro.
Por supuesto, también hay otras figuras que vale la pena estudiar, como es el caso de Roberto Diago, por ejemplo. Pero hay muchos que han quedado en el olvido y que es necesario reevaluar.
En la Revolución se continuó la tradición deudora del legado africano forjada en las vanguardias, sin entrar en un ámbito, digamos, problemático. Más bien, es una recreación y expansión del tema.
El Grupo Antillano marca un momento importante en el proceso de pensar el aporte negro a las artes visuales. Apostó por el trabajo colectivo, cada cual desde su estilo, pero unidos en un mismo propósito: recrear lo cubano-caribeño. Eran artistas de generaciones diversas, pero sus creaciones seguían las pautas conceptuales y estéticas de Wifredo Lam, así como la tradición intelectual iniciada por Fernando Ortiz y seguida por figuras como Julio Le Riverend, Pedro Deschamps Chapeaux, Manuel Moreno Fraginals, Argeliers León, entre otros.
Alberto Lescay Merencio. 2010. De la serie Nganga
El Grupo Antillano contó con fundadores como Rafael Quenneditt, Ramón Haití, y otros invitados más jóvenes, como Alberto Lescay Merencio, Miguel Ángel Lobaina o Julia Valdés. Aportaron, especialmente, a una comprensión de lo caribeño y ofrecieron un realce del legado africano dentro de ese Caribe.
Ya en los años noventa hay cambios. Se experimenta una búsqueda por problematizar el tema racial y las artes visuales lo confrontan abiertamente por primera vez. Tanto es así que los proyectos curatoriales que se desarrollan en ese momento tienen una clara intención de no hablar de «lo negro» sino del tema racial específicamente.
En las últimas décadas hemos asistido a un aumento significativo de la presencia del tema racial en exposiciones y proyectos curatoriales. ¿A qué se debe ese incremento y qué impacto ha tenido en el ambiente cultural de Cuba?
Eso se inscribe en un contexto en el cual, por razones socioeconómicas fundamentalmente, se retomó el debate sobre el problema racial. Este flagelo había declarado inexistente desde inicios de la Revolución y los noventa pusieron sobre la mesa el hecho evidente de que seguía estando ahí.
En ese sentido hay proyectos curatoriales que, desde la visualidad, se propusieron aportar al tema. Fueron los casos de los proyectos Queloides y Ni músicos ni deportistas, y ya a inicios del siglo XXI, se sumaron otros, que querían evaluar el tema desde la imagen.
La más reciente de estas empresas fue la exposición Aponte visionario que tuvimos la posibilidad de disfrutar en el año 2019 tanto en La Habana como en Santiago de Cuba. Una de las curadoras, Ada Ferrer, apuntaba que entre sus objetivos estaba reivindicar la figura de José Antonio Aponte, pero esta vez no como el líder de la conspiración antiesclavista de 1812, sino como un creador que puede haber contribuido, desde la descripción de sus láminas, a pensar de otra manera la primera mitad del siglo XIX, ofreciendo una visualidad paralela a la académica, por ejemplo, y que también forma parte de la cultura nacional.
Es valioso señalar que estos proyectos permiten una unión entre los artistas contemporáneos que viven dentro y fuera de Cuba, lo que los dota de una importante dimensión internacional. Esto se inserta en un interés por parte de una comunidad intelectual y artística que está cada vez más clara de que la única manera de combatir el problema racial es hablando de él y generando estrategias desde lo político, pero también desde lo cultural, para resolverlo.
Lo que queda es trabajar. Me propongo hacerlo desde la academia con la misión de documentar y establecer la historiografía del movimiento; así como explorar y visibilizar la obra de todos esos artistas para ofrecer una visión holística acerca de cómo ha sido representado el legado negro. La aspiración es que ese conocimiento nos permita tener campañas antirracistas más sólidas y ser una mejor sociedad.
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