Foto: Leandro Pérez Pérez
El connotado bailarín cubano José Antonio Chávez recibió el Premio Nacional de Danza como parte de las actividades que se realizaron para celebrar el Día Internacional de la Danza el pasado 29 de abril.
La función en el Teatro Principal de Camagüey comenzó con la ovación de colegas y discípulos, del público, en definitiva de la familia que Chávez ha encontrado allí desde 1969 cuando llegó con la ilusión de bailar en el ballet de dicha provincia. Devino uno de sus coreógrafos, maestro sin el que no puede relatarse la historia de la compañía.
«Para mí ha sido de mucha alegría. Aurora (Bosch) me llamó para decirme. Emocionarse no es nada vergonzoso, y la emoción me hizo llorar. No lo creía. He sido nominado varias veces. Había muchas personas por delante que obviamente merecían el premio antes que yo. La noticia me sorprendió», comentó el también coreógrafo durante el agasajo.
Compartimos esta breve entrevista con José Antonio Chávez luego de recibir el tan merecido homenaje.
─Pudiéramos ver el premio como el resultado del gusto de un grupo, pero yo quisiera verlo de otra manera…
─En el jurado estaba Santiago Alfonso. Fue mi maestro en el año 1962. Él era muy joven. Acababa de hacer Suite Yoruba. Yo era un poquito más joven y empezaba a tratar de abrirme paso en La Habana sin tener familia ni amigos, para dar mis clases de ballet por encima de todo. En el jurado estaba Aurora, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Ella estuvo en el estreno de mi versión de Gisselle en España, un momento en mi carrera muy importante, porque no todo el mundo puede hacer una versión de Gisselle. Estaba Ismael Albelo que sabe de mi trayectoria acá. Coincidentemente se reunieron todas esas personas y el resultado fue unánime. Eso es bonito.
─Insisto en mirar el premio desde otra perspectiva, por la connotación de lo que se ha premiado. Yo lo veo como la vindicación de esa lucha apasionada, terca y desgarradora, una lucha muy suya por la danza.
─Yo creo que sí. Me remonto a los años iniciales. Me ubico y te digo: mi padre me botó de la casa. Prácticamente era un adolescente y no tenía las herramientas para decir: bueno, no importa. Un niño de la casa, de escuela privada, de ir a la iglesia, de hacer la primera comunión… de buenas a primeras verse en la capital sin arientes ni parientes, sin techo seguro, sin un plato de comida que te espere, en un sillón en una funeraria o en un asiento de la terminal para pasar la noche…
─Pero hoy es nuestro Premio Nacional de Danza.
─Si hay que reconocer que ese premio se debe a algo, se debe a eso, a todos esos momentos de angustias, de zozobra, de hambre. Nunca se me olvida que una noche de esas Santiago me dio una peseta para que comprara una papa rellena. En aquel entonces una peseta me daba para comprar dos. Si tiene que haber una razón más allá de los jurados que conozcan o no conozcan, la razón está ahí y está en la pasión que soportó que eso sucediera. Yo no cogí una guagua y regresé por la pasión, porque mi empeño era que mi realización en la vida tenía que ser bailando y gracias al Señor lo pude lograr.
El jurado del Premio Nacional de Danza lo identifica en una generación de coreógrafos, donde se integraron Francisco Lam y Lázaro Martínez, que contribuyeron a la permanencia de la compañía, es decir, al Ballet de Camagüey, por su repertorio propio y estable. Ayudó a fundar el Ballet de Cámara de Holguín y el Ballet Santiago. Colaboró con compañías como Codanza, Danza Libre, Babul, Fragmentada, entre otras.
─Ya suma 53 años de vida artística, tiene la condición de jubilado pero sigue en movimiento, ¿en cuál proyecto trabaja?
─La próxima semana empiezo un ballet para conmemorar el aniversario 150 de la muerte de Ignacio Agramonte, el 11 de mayo. Espero hacer una obra a la altura de la ocasión.
Con ese motivo épico, Chávez tiene en sí mismo un parangón: Oda, estrenada en 1987, estrenada por Jorge Esquivel y Aida Villoch, con la colaboración de la Orquesta Sinfónica de Camagüey, dirigida por Jorge Luis Betancourt. La obra celebró el sesquicentenario del natalicio de Máximo Gómez.
Chávez debutó como bailarín el 9 de marzo de 1970, en la primera puesta en escena de Giselle por el Ballet de Camagüey. Nació en Holguín y después de una travesía en La Habana para gestionar su formación danzaria llegó a Camagüey, conoció la compañía y logró un espacio de ensayo tras la jornada laboral en los talleres de maquinaria Lenin hasta formar parte del elenco. Mamá Simone, de La Fille mal Gardée, es el personaje de carácter que más lo ha marcado.
De su repertorio coreográfico también destacan Ofelia (1980) y Alfonsina (2019), esta última considerada su primera propuesta ya en la condición de jubilado, aunque se mantiene activo como maestro de Ballet de Camagüey.
Deje un comentario