El viraje de la conquista hace cinco siglos


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MADRE AMÉRICA

 

El 6 de marzo de 1521 Fernando de Magallanes llegó al archipiélago de las Filipinas, casi al mismo tiempo que Hernán Cortés iniciaba el sitio de Tenochtitlan. Ambos acontecimientos, aparentemente desligados ente sí, significaron el fin de la primera etapa de la invasión de América por los europeos y el inicio de la destrucción de las grandes civilizaciones autóctonas por los conquistadores.

Desde el primer viaje de Cristóbal Colón en 1492, todos los navegantes europeos buscaban al oeste la anhelada ruta a las fabulosas Indias, que el propio Almirante de la Mar Océano prometiera a los Reyes Católicos. Todavía diez años después, en su último intento, Colón recorrió el litoral centroamericano convencido que estaba en la costa sureste de Asia, como escribió en su diario: “allí supe de las minas de oro de la provincia de Ciamba, que yo buscaba”. Detrás de todas las expediciones de esos años estaba el desesperado interés europeo por encontrar una nueva ruta al Oriente y acceder a sus codiciados productos, entre ellos las especies (pimienta, clavo, canela, nuez moscada, azúcar), fármacos (ruibarbo, bálsamo, goma arábiga, áloe, cubeba y alcanfor), materias tintóreas (índigo, palo brasil, alumbre), piedras preciosas y otros artículos (vidrio, porcelana, telas, etcétera). 

La avidez por los metales preciosos y el afán de llegar a las Indias, condujo en pocos años a bordear gran parte del litoral Atlántico de la América Central y del Sur, aunque la mayoría de estos navegantes sólo pudieron regresar a Europa con una carga insignificante de valor comercial: palo brasil, indios esclavizados, perlas y algo de oro. No obstante, las expediciones mercantiles estimularon la fundación de bases en La Hispaniola (1496), Puerto Rico (1508), Jamaica (1509) y Cuba (1510-1512), así como en Darién y Panamá (1510-1514). En ninguna de estas primeras colonias americanas, los españoles encontraron lo que esperaban, pues sólo consiguieron oro de aluvión, mientras continuaba la incesante búsqueda de un nuevo camino a las Indias, como hizo Juan Díaz de Solís por el Río de la Plata, donde perdió la vida a manos de los guaraníes en 1516.

Sin embargo, el autor de esta proeza fue un navegante portugués, Fernando de Magallanes, cuyo viaje estaba auspiciado por la Corona española. Este intrépido marino partió de Sanlúcar de Barrameda, el 29 de septiembre de 1519, y catorce meses después encontró el estrecho que lleva su nombre. Después de atravesar el inmenso océano, que llamó Pacífico, desembarcó en Guam, y el 6 de marzo de 1521 arribó a la minúscula isla de Massawa, en el archipiélago filipino, con tres de sus cinco embarcaciones originales.

Según la Relación del primer viaje alrededor del mundo (1536) del noble veneciano Antonio Pigaffeta, que lo acompañaba, uno de sus tripulantes fue el primer hombre en la historia humana que dio la vuelta al planeta. Se trataba de un esclavo filipino nombrado Enrique de Malaca, que servía de intérprete a Magallanes, y que terminó su vida después luchando en su tierra natal contra los españoles. Había sido apresado en 1511 en Sumatra y llevado a la fuerza hasta la península ibérica, a través de la India y África, primer tramo de lo que sería su insólito recorrido alrededor del mundo.

Muerto Magallanes en combate con los nativos filipinos en Mactán (1522), tomó el mando su segundo, el sefardita español Juan Sebastián Elcano. Fue este capitán quien, bordeando el cabo de Buena Esperanza, hizo su aparición en Sevilla con un sólo barco, y sólo dos decenas de hombres, pero cargado de auténticas especies orientales. La llegada de esta nao a Europa, el 6 de septiembre de 1522, cumplía, con treinta años de retraso, las expectativas despertadas por Colón.

Aunque se había demostrado la redondez del planeta y encontrado el camino al oriente navegando en una nueva dirección, siempre por mares castellanos, para no vulnerar el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal (1494), el hallazgo había perdido toda relevancia comercial. La toma casi simultánea por Hernán Cortés de Tenochtitlan y el sometimiento de las deslumbrantes culturas mesoamericanas, ricas en metales preciosos y con una numerosa y avanzada población, que podía ser explotada sin limitaciones, restó importancia a la ruta de Magallanes. Desde entonces se hizo más atractiva la conquista del Nuevo Mundo, despertando la codicia de muchos aventureros deseosos de imitar al afamado y enriquecido conquistador de México.

 


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