Emilio Fernández Romo, el Indio, uno de los más grandes realizadores del cine latinoamericano y universal, falleció el 6 de agosto de 1986 en Ciudad México, hace ya 35 años.
Bailarín, actor, director. Su filmografía sobrepasa el centenar de películas, reconocidas no solo con los premios Ariel de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, sino también en festivales tan importantes como Cannes ―donde obtuvo la Palma de Oro con María Candelaria (1946)―, Venecia, Bruselas, Karlovy Vary.
El “Indio” Fernández ―como es común reconocerlo― fue, junto al director de fotografía Gabriel Figueroa, uno de los principales constructores de la identidad cinematográfica de México durante los años treinta hasta los cincuenta, período reconocido como “la época de oro del cine mexicano”, representación que alcanzó un valor simbólico idéntico a las obras de los muralistas de ese país.
Apoyado en la fuerza visual de Figueroa, el Indio dirigió historias que recrearon ―casi siempre con un marcado tono melodramático― el ambiente de su país durante la Revolución de inicios del siglo xx (Enamorada, 1946), la importante tradición indigenista conformadora de su cultura (La perla, 1945), el arraigo de la religión entre su pueblo. Todo ello con un manejo muy particular de los momentos épicos sobre los dramáticos y una creación de ambientes, de atmósferas, aportadoras de un valor poético a las escenas más sencillas de la vida.
El escritor y director cinematográfico mexicano Archibaldo Burns (1914- 2011) lo definió como “… una especie de Beethoven que acaparó toda una época y una admiración tan enajenante, que les cerró la puerta a muchos otros creadores. Absorbió tanta idolatría, tanto fanatismo que el cine mexicano se redujo a su nombre y a su estilo”1.
Como todo buen hombre de la industria cinematográfica, su vida está cubierta por un halo mítico que lo presenta como un ser polémico, buscapleitos, machista extremo, imagen que le ganó tantos enemigos como admiradores tuvo su obra.
Cuba estuvo presente en la vida de Emilio el “Indio” Fernández. Algunos dicen que la declinación de su filmografía se debió a “una brujería” que le hicieron en estas tierras. Lo cierto es que él vivió durante varios años en La Habana, ciudad que visitó infinidad de veces, sobre todo, cuando se hizo frecuente la realización de obras fílmicas entre ambas naciones, a partir del auge de la industria azteca, principal coproductor del cine realizado en nuestra isla durante la década del cuarenta y la siguiente. Pero también la incluyó en su filmografía con dos cintas: Un día de vida(1950) y La rosa blanca. Momentos de la vida de José Martí (1954).
Quiero dedicar este breve homenaje a ese poco conocido capítulo de la biografía y la obra fílmica del Indio.
Varios biógrafos coinciden en colocar a Emilio Fernández en La Habana de los años treinta, otros dicen que llegó a la ciudad a inicios de los cuarenta. Los motivos son más coincidentes: un altercado violento con alguien de la industria cinematográfica, por lo que se refugió en nuestro país.2
El joven mexicano de unos treinta y tantos años todavía no era un director reconocido, pero ya acumulaba una amplia participación como actor en Hollywood y daba sus primeros pasos como tal en su nación.
Durante esa estadía habanera conoce a la muchacha que se convertirá en su primera esposa: la cubana Gladys Lucila Fernández Iduate (1926-1998), madre de su hija: Adela, quien aportó este retrato habanero del realizador azteca:
Era la época del esplendor físico del Indio3 y por su participación en varias películas como actor, representaba para los extranjeros la imagen del charro elegante y airoso. En Cuba tenía algo de popularidad, aunque ésta se debía más al danzón que al cine, pues había ganado varios premios por su estilo y resistencia en algunos maratones de baile. Por las mañanas se las pasaba en las playas haciendo alarde de su musculatura y su destreza en la natación y el clavado. Solía llevar el taparrabo que usara en Janitzio4 o bien un calzón de indio arremangado hasta las rodillas; por las tardes vestía trajes de fino lino blanco, y si las noches eran frescas, lucía un traje negro de charro.5
Gladys era apenas una adolescente, pues había acabado de cumplir 16 años. Su padre era un Coronel del Ejército Libertador: José Pablo Fernández Domínguez. El encuentro entre el “Indio” Fernández y Gladys ocurrió en el malecón y sus biógrafos cuentan que casi fue un “amor a primera vista”. A pesar de la diferencia de edad, se casaron y regresaron a México. Allí nació su primera hija el 6 de diciembre de 1942; pero la felicidad del matrimonio fue corta y la separación desgarradora: Adela se quedó viviendo con su padre y Gladys permaneció en el país azteca, donde volvió a formar otra familia.
La evocación de Cuba dentro de la obra del Indio fue menos melodramática que su efímero amor por Gladys Fernández, aunque no estuvo exenta de momentos controvertidos.
Sus primeros proyectos de dirigir un filme con tema cubano rondaron alrededor de un largometraje sobre Antonio Maceo e incluso dio a conocer su interés por otras personalidades como Ignacio Agramonte o Carlos J. Finlay.
Arturo Agramonte y Luciano Castillo citan una entrevista realizada para Bohemia por el periodista Don Galaor, en la que el realizador declaraba en 1951: “Estoy ratificando mi ofrecimiento para ir a esa tierra a cooperar con mi esfuerzo porque en Cuba he sido feliz a pesar de haber ido en calidad de exiliado. He convivido con amigos cubanos episodios muy arriesgados de la revolución. ¿Cómo no sentir el deseo de reciprocidad ahora que puedo hacerlo?”6
El primer acercamiento a Cuba se había concretado, de cierta manera, en Un día de vida, titulada inicialmente El toque de Diana. El director creó, junto a Mauricio Magdaleno, su guionista, la historia de una periodista cubana, Belén Martí, que viaja al país centroamericano en plena Revolución. Allí se entera de que un joven coronel zapatista va a ser fusilado e intenta entrevistarlo. Imposibilitada de lograr su objetivo, conversa con su madre, quien le cuenta la historia de su familia y el sacrificio de sus hijos, con lo cual pone a la periodista ante la historia nacional.
La evocación de Cuba está presente desde los primeros minutos con una dedicatoria en pantalla: “A Martí, que supo integrar en un solo sacramento los corazones de México y Cuba” y más adelante en las alusiones que hace el protagonista a la figura y el pensamiento martiano.
El crítico e historiador mexicano Emilio García Riera escribió sobre la película: “Es natural que el largo discurso patriótico en que Emilio Fernández convirtió Un día de vida se adecuara muy dificultosamente a las exigencias del lenguaje cinematográfico. La película se arrastraba con lentitud y una solemnidad que, por desgracia, nada tenía que ver con lo que hubiera sido el contenido más interesante a expresar: el tiempo real de la espera de la muerte”.7
Con estos antecedentes y la fama de ser uno de los directores más importantes del cine en el subcontinente, el Indio enfrenta La rosa blanca. Momentos de la vida de José Martí, la única biografía cinematográfica completa del Apóstol de Cuba y la primera cinta nacional que enfrenta un ataque extracinematográfico tan grande, con opiniones tan divididas que, aún hoy, condiciona su análisis y su exhibición8
La película se les encargó al realizador y su equipo en medio de las actividades que se desarrollaban en Cuba por el centenario del nacimiento de José Martí. Su rodaje, tenso y con todo tipo de dificultades, se hizo en locaciones de nuestro país y México, con la participación de técnicos y actores tanto mexicanos como cubanos.
Si se revisita desde la perspectiva actual, se encontrará una película que tiene las virtudes y los defectos de la obra cinematográfica de Emilio Fernández: un tono melodramático cargado con actuaciones muy teatrales; pero un trabajo fotográfico encomiable y una puesta en escena bien pensada, sobre todo, en los momentos épicos.
En cuanto a la figura y pensamiento martiano, hay un respeto marcado por la admiración y el estudio, tanto del equipo que realizó el filme como de los asesores históricos nacionales, quienes incluyeron en la cinta la carta inconclusa del héroe a su amigo Manuel Mercado, testamento antiimperialista de Martí.
La obra no obtuvo el éxito esperado y su director, zaherido, declaró:
Me consta que es buena y digna y que está hecha con el corazón. A mí lo que me interesaba era el contenido, la dignidad de la figura de Martí. Los detalles, aunque importan, son lo de menos en una película […] Gabriel Figueroa y yo hemos tratado de todo corazón de hacer una obra de arte que sirva para comenzar a divulgar a Martí por la vía del cine. Nos hemos esmerado lo más posible, a veces en circunstancias materiales y morales muy adversas. Yo estoy satisfecho con mi película. Se la doy tranquilo a los cubanos.9
Notas y referencias bibliográficas:
1. Fernández, A. (1896). El Indio Fernández. Vida y mito. México: Panorama Editorial, S. A., p. 229.
2. Según Arturo Agramonte y Luciano Castillo, fue un pleito con cierto dirigente sindical al cual le metió un balazo en la cabeza, aunque ambos autores advierten sobre lo dudoso de dicho altercado. [Agramonte, A. y Castillo, L. (2016). Cronología del cine cubano IV (1953- 1959). La Habana: Ediciones ICAIC, p. 71). Por su parte, se puede leer en el sitio D'cubanos que el motivo del arribo del director a Cuba se debió a la muerte provocada con un disparo suyo al técnico Juan Grandjean, a raíz de una disputa entre ellos, durante la filmación de la película Con los dorados de Pancho Villa (Raúl de Anda, 1939), en la cual había escrito el argumento con el director y actuaba. Recuperado de: https://www.dcubanos.com/sabiasque/el-indio-fernandez-y-su-esposa-cubana-gladys-fernandez/. Con esta última versión coincide el testimonio que Adela Fernández, la hija del Indio, le brindó a Alejandro Ipiña para su trabajo: “Adela, la hija de El Indio Fernández, en su voz más íntima”, publicado en Fronterad. Revista digital, el 5 de diciembre de 2013. Recuperado de: https://www.fronterad.com/adela-la-hija-de-el-indio-fernandez-en-su-voz-mas-intima/
3. Según Adela Fernández, la actriz italiana Ana Magnani lo había caracterizado como una mezcla de Pancho Villa y Rodolfo Valentino. Fernández, A. Ob. cit., p. 229.
4. Janitzio (Carlos Navarro, 1934), filme de corte indigenista protagonizado por él.
5. Fernández, A. Ob. cit., p. 184.
6. Galaor, D. (1951). Presencia del Indio Fernández en el cine cubano. Bohemia, año 43, nro. 4, pp. 121-22; citado por: Agramonte, A. y Castillo, L. Ob. cit., pp. 71-72.
7. García, E. (1972). Historia documental del cine mexicano. Tomo IV. México: Ediciones Era, S. A., p. 151.
8. Al respecto puede leerse el capítulo que Arturo Agramonte y Luciano Castillo le dedican en su Cronología del cine cubano, aunque ―como los autores escriben― el tema de La rosa blanca merita un libro.
9. Piñera, W. (1954). Recibió el Presidente de PECIME el sello de ARTYC. Cinema, año XIX, nro. 969, p. 50; citado por: Agramonte, A. y Castillo. L. Ob. cit., p. 86.
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