El español nuestro: Lengua materna, propiedad de todos, identidad y pertenencia


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A veces, contra excesos sin timón, el idioma nos pide sentido común, como el de Sancho. “Mire vuestra merced, que aquéllos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas”.

Los ojos recorren los pasajes del Cantar de Mio Cid, que copió de los juglares el monje Per Abat allá por 1200 en un pergamino hoy desaparecido, pero copiado en el XIV en el Códice de Vivar, a su vez transcrito en el XVI, un ejemplar único de larga y accidentada historia, expuesto en 2019 por la Biblioteca Nacional de España y muy pronto regresado a la seguridad de una cámara acorazada…

Intento leer, desde los primeros versos (que no eran los primeros, pues en el largo camino se perdió la primera página):

De los sos oios tan fuerte mientre lorando
Tornaua la cabeça e estaua los catando:
Vio puertas abiertas e vços sin cannados,
Alcandaras uazias sin pielles e sin mantos,
E sin falcones e sin adtores mudados.
Sospiro Myo Çid ca mucho auie grandes cuydados.

Y sigue el inicio de la canción de gesta, llena de personajes reales, considerada la primera obra narrativa extensa de la literatura española en romance, uno de sus textos fundacionales y cumbre de la épica medieval. La extensa “Historia del famoso Cavallero Rodrigo de Bibar llamado por otro nombre Cid Campeador”, al servicio de los reyes de Castilla, que arranca con su caída en desgracia y destierro:

(…)
Vna ninna de nuef annos a oio se paraua:
Ya Campeador en buen ora çinxiestes espada.
E1 rey lo ha uedado, anoch del entro su carta,
Con grant recabdo e fuerte mientre sellada.
Non uos osariemos abrir nin coger por nada;
Si non perderiemos los aueres e las casas,
E demas los oios de las caras.
Çid, en el nuestro mal uos non ganades nada,
Mas el Criador uos uala con todas sus uertudes sanctas.

Y es cuando decido buscar versiones en castellano moderno:

(…)
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
“Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas”.

O:

Una niña de nueve años a ojo se paraba:
“¡Ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada!
El rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta
Con gran recaudo y fuertemente sellada.
No os osaríamos abrir ni acoger por nada;
Si no, perderíamos los haberes y las casas,
Y, además, los ojos de las caras.
Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada;
Mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas”.

Luego de unos minutos apreciando la magnitud de las diferencias, el vasto tiempo del idioma que se refleja entre la versión de antaño y estas, vuelvo al inicio del cantar en el español más cercano… Y reanudo la lectura. Comienzo a entender otra vez, con mis ojos de los siglos XX y XXI, la historia de Díaz de Vivar (1045-1099) escrita en el XIII.

Sucede igual con otros textos mayores, como los tomos de la General Estoria, salida entre 1270 y 1284 del taller de traductores y expertos de Alfonso X, el Sabio, que convirtió el castellano en lengua oficial del reino de Castilla y León y, congruentemente, ordenó en romance, no en latín, la traducción de textos anteriores que nutrieron la obra enciclopédica y la escritura de esta, la segunda historia universal escrita en romance y la de mayor cantidad de fuentes utilizadas hasta entonces.

Nos queda muy lejos el castellano medieval. Pero la historia se remonta mucho más atrás. Y no solo a la llegada de los romanos y el latín a Hispania alrededor del 200 a.C., porque en el futuro español quedarían huellas de las lenguas prerromanas que hablaban los pueblos asentados desde antes en la Península.

Con el latín –procedencia de alrededor del 70% de los términos del español– llegaron también helenismos. Y del latín vulgar –el coloquial, no el de grandes obras y tribunas–, que iría desplazando a las lenguas prerromanas y evolucionando de forma diferente en regiones distintas, surgirían las lenguas romances, entre ellas el romançe o romanz de Castiella o castellano.

En el siglo V d.C. arribaron los bárbaros, visigodos en primer lugar, con sus germanismos. Se acentuaron las tendencias que transformaban el latín vulgar en romance. En el VIII, la tierra de ciudades hispanogodas pasó a ser Al-Andaluz, cada vez menos hasta el señalado año de 1492. Los árabes permanecieron durante ocho siglos y dejaron cultura, conocimiento y muchísimas palabras.

Por la Ruta de la Seda (red de rutas de intercambio comercial, cultural, tecnológico y otras influencias, caravanas y migraciones), pasando por el mundo árabe, llegaron desde China el papel y técnicas de impresión que facilitaron la reproducción, la fijación y transmisión de lo escrito. Más tarde, a mediados del XV, la invención de la imprenta permitiría mayor capacidad de reproducción, difusión y homogeneidad (se evitaban las diferencias y variantes de copias a copias, frecuentes en la reproducción manuscrita).

Los enlaces y alianzas matrimoniales entre casas reales entre los siglos XI y XIII propiciaron inmigración de franceses y galicismos (que seguirían ingresando a la lengua en épocas posteriores)… En la era de los Reyes Católicos (1474-1517), el castellano dominaba ya entre las lenguas peninsulares, y en 1492 se publicaban la primera gramática del castellano y el Diccionario latino español, ambos de Nebrija.

La Gramática castellana, primera de las lenguas románicas, definía reglas del español y pretendía preservar la estructura de la lengua cuando estaba casi completada la unidad lingüística de la Península en favor del habla de Castilla, que servía de expresión al desarrollo cultural de España. A finales del XV, y desde los inicios del XVI, corriendo el Siglo de Oro, el “nuevo mundo” que era América para Europa llevó a España toda una nueva literatura y “nuevas” palabras de las lenguas aborígenes.

El español del Siglo de Oro nos parece más cercano, como nos es más clara la escritura de Cervantes o Lope de Vega, en ocasiones más inclinada a lo coloquial. Pero aún entonces continuaba siendo una lengua en evolución, fonética, gramatical y lexicalmente. En verdad, lo es aún hoy.

Se sucedieron gramáticas y tratados de la lengua, escuelas y movimientos literarios, obras cumbres y novelistas y poetas innovadores. Se siguieron incorporando galicismos, italianismos, anglicismos… La evolución de la lengua fue siempre a la par, o detrás, de guerras y conquistas, ocupaciones y migraciones con los consiguientes traspasos e intercambios culturales e idiomáticos; modas, tendencias, movimientos artísticos, políticos y literarios; desarrollos científicos y tecnológicos; escenarios transnacionales y transculturales...

Respondió y responde a la necesidad de armonizar la lengua y fijar variantes, normas o vocablos regionales y nacionales; nombrar fenómenos, objetos, tecnologías y conceptos nuevos, porque no se detienen la historia de la sociedad ni la creación del ser humano.

En 1713 fue creada en Madrid la Real Academia de la Lengua (RAE). Desde 1715, su lema fue “Limpia, fija y da esplendor”. En 1726 publicaba el primero de seis tomos del Diccionario de autoridades (1726-1739). En 1780 se publicaba una nueva versión, el Diccionario de la lengua española, que ha llegado a 23 ediciones, la más reciente en 2014. Desde entonces, se han publicado varias actualizaciones de la versión en línea, la última la 23.5, el pasado año.

Desde el siglo XIX y durante el XX fueron creadas academias de la lengua en países latinoamericanos y caribeños. En 1951 fue fundada la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). Así, se puso en marcha una política lingüística que reúne a las 23 academias de España, América, Filipinas y Guinea Ecuatorial con el fin de fijar la norma común en cuanto a léxico, gramática y ortografía.

Una joya bibliográfica única, el Códice de Vivar (siglo XIV), expuesto brevemente en 2019 en la Biblioteca Nacional de España. Foto: EFE.

A la distancia de ocho siglos, aunque nos resulta lejano el castellano medieval, identificamos en la General Estoria o el Mio Cid palabras que están en nuestra memoria visual e, incluso, en el uso cotidiano. Muchas permanecen en el Diccionario de la Lengua Española (que no es una roca inamovible: entre 1914 y 2014 más de 2 700 términos fueron retirados del DLE, principalmente por caducidad o desuso prolongado y modificaciones ortográficas, y regularmente se agregan nuevos, al igual que nuevas acepciones).

Algunas de esas palabras empleadas hace ocho siglos no las empleamos en el presente, otras ni siquiera las conocemos, pero siguen ahí, usadas por muchos o algunos, necesarias para entender el cuerpo completo del español de hoy y antaño, testimonio de la unidad histórica y geográfica de la lengua.

Hoy, también, usamos con frecuencia no pocas palabras que no están en el DLE y son claramente innecesarias, pues ya existen las adecuadas y certeras (y no tiene nada que ver con el hecho de que es imposible que estén en un diccionario todos los vocablos en uso, todos los derivados posibles a partir de una voz o aquellos que corresponden a jergas especializadas o léxicos dialectales). No hablamos de vocablos necesarios, válidos aunque no estén “oficializados” en la norma, sino de aquellos que expresan desconocimiento e, incluso, desdén por la lengua.

Del habla coloquial y cotidiana a los medios de comunicación, la prensa en lugar destacado. Con demasiada frecuencia empleamos palabras con acepciones totalmente alejadas de las exactas o correctas.

A veces –peor–, hay quienes “crean” sin tomar en cuenta que, para ir más allá de las reglas, hay que conocerlas primero. Se nos llena la lectura de líneas retrilladas, inflamadas de adjetivos y frases inconexas e innecesariamente enrevesadas, pretendidamente lindas –como si fueran fuegos artificiales, no palabras (aunque, de hecho, también en los primeros se necesita un orden)–, una especie de barroco extemporáneo y mal entendido, que si nos sorprendiera en ello Cervantes...

“(…) porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: ‘La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura’. Y también cuando leía: ‘Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza…’.

“Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello”. (Don Quijote de la Mancha)

Cada vez más, todo “constituye”, “resulta”, “representa”, no “es”. Vamos perdiendo de vista la práctica y bella sobriedad del verbo “ser”Todo “inicia” (y de paso atropellamos el intransitivo pronominal: se reanuda, se inicia…), como si no existieran “comenzar”, “abrir”, “inaugurar(se)”, “empezar”, “arrancar”, “surgir”… Todo lo “realizamos” o “se realiza”, se nos han alejado de la retina el suficiente y práctico “hacer” y también “celebrar”, “viajar” o “visitar” a secas (en lugar de “realizar” un viaje o una visita), “ejecutar”, “llevar a cabo”, “efectuar”, “desarrollar”, “fabricar”, “elaborar”, “componer”, “construir”, “producirse”, “crear”…

Algunos les llaman “verbos asesinos”. Son, también, verbos muy “cansados”.

Abusamos de “impacto” (consecuencia, efecto, resultado, repercusión, secuela, alteración); “de cara a” está de moda (locución preposicional válida, pero con una gama diversa de valores –finalidad, intencional, relacional, de posición o dirección– que nos hace olvidar el sencillo “para” o “con vistas a”, “ante”, “con la intención puesta en” o “la intención de”, “pensando en”, “en relación con”, “hacia”, “mirando a”, “con el objetivo de”, “con el fin de”…

En la prensa (también en la vida diaria, en reuniones, informes, intercambios, conversaciones) es común el uso de una batería de verbos que pretenden sustituir a “decir” pero que no implican lo mismo, cambian sentidos e, incluso, intencionalidad del hablante (porque no es lo mismo “decir” o “afirmar” que “asegurar”, “recalcar”, “advertir”, “enfatizar”… Hay acepciones distintas y matices. Se “abunda” o se “ejemplifica” diciendo, pero “abundar” o “ejemplificar” no son exactamente “decir”).

Así no estamos “optimizando” la lengua, haciéndola más “práctica”. Le restamos diversidad y flexibilidad, alternativas, riqueza, aire y, sobre todo, exactitud… Hay que dejar que el idioma respire. Entenderlo. Usarlo a conciencia, con sentido común y con el sentido que ofrecen las palabras.

Una cosa es el sujeto nulo o tácito, con su correspondiente seña en la desinencia verbal (agradecemos la ayuda de…), y otra la tendencia desperzonalizante que, de paso, se salta la lógica relación sujeto-predicado. Ya no decimos “agradecemos…” o “queremos agradecer”, “es necesario/ válido/ justo/… agradecer”. Ahora comenzamos el discurso simplemente diciendo “agradecer”: “Agradecer la ayuda de…”/ “Destacar que ha sido duro el trabajo”/ “Reconocer que, más allá de las dificultades, logramos”… ¿Es que no existen el sujeto (nosotros) o su traslación en la forma verbal?

En cuanto al a veces difícil campo de intransitivos, transitivos y las formas pronominales, se nos han sembrado estructuras poco amigables, en ocasiones de dudosa lógica, en ciertos casos empeoradas por la inclusión errónea del complemento indirecto con “a”: “Se concluyó la reparación por los obreros” / “El premio se otorgó por el jurado” / “Los edificios se construyeron por la brigada” / “Se dijo por el doctor que los contagios aumentaron” / “Los trabajos de reparación de la turbina se realizaron por especialistas” / “Se deben implicar a todos los actores desde la base”… ¿No existen la forma directa o la pasiva? Por ejemplo, simple, sobrio y correcto: Los edificios fueron construidos por la brigada / La brigada construyó los edificios / Se debe implicar a todos los actores desde la base.

El uso incorrecto de preposiciones (por adición u omisión), prefijos, signos y mayúsculas, las incongruencias en género y número, las abundantes faltas ortográficas y otros problemas indican que hay mucho que necesitamos hacer hoy por nuestro español. El que hablamos en Cuba, en nuestra oficina, nuestra casa, nuestra familia; el que hablamos y el que hablan nuestros hijos.

De los filmes mal traducidos y subtitulados con errores ortográficos a las publicaciones en que se maltrata el español. De la familia, a la escuela y los medios de comunicación. De la abundancia de avengers y otros metahumanos al casi olvido de héroes que nos encaminaban a la literatura clásica y, de ahí, a las raíces de nuestra cultura y nuestro idioma. Es innegable que la brecha está en cada ámbito. De las apps que nos completan las palabras en el móvil a las que traducen (y he visto en reputados medios de prensa internacionales serios problemas de traducción, como que en un contexto electoral el término landslide se traduzca como “deslave” y no como “triunfo aplastante”). ¿Influyen las nuevas tecnologías y la ola de estímulos visuales? ¿Los juegos digitales? ¿El sino de nativos digitales, la rapidez y el vértigo de la vida en el siglo XXI?

Hay quienes piensan que la supremacía del ámbito digital implica inevitablemente el retroceso en la lectura y otras habilidades humanas, pérdidas que serían “sustituidas” por las ventajas que traen las nuevas tecnologías; que la de los nativos digitales está condenada a no ser una generación con lecturas. O peor, a ser disminuida en razonamiento y, como mencionamos arriba, “calzada” por la tecnología.

Pero, salvando las diferencias entre soportes, también los digitales –solos o combinados con libros en papel– pueden estimular el acto de leer. Y surge entonces la ya vieja pregunta: ¿son las tecnologías, o somos nosotros los humanos?

Si antes los adultos íbamos al librero y tomábamos el ejemplar, o a la librería acompañando a los pequeños y llevándolos de la mano, ahora podemos guiarlos, asesorarlos, supervisarlos en el consumo del contenido en una tableta o PC. No es que las nuevas tecnologías nos hayan despojado de nuestra capacidad de enseñar, inculcar valores, dar el ejemplo para educar, conversar e intercambiar con nuestros hijos, proponer y propiciar, estimular sin imponer. En una tableta o PC caben muchos libros y hay espacio para una enciclopedia infantil y para un diccionario. Y hay espacio aún para libros de papel y tabletas a la par. No son excluyentes. En pantalla o papel, igual el Quijote arremeterá contra los molinos.

El idioma y sus estructuras, la ortografía, el léxico, se pueden fijar con la lectura muy temprano, desde la infancia, mucho antes, incluso, de que los niños conozcan las reglas de la lengua. Cuando sucede así, nunca se olvidan. Se ganan capacidades y herramientas vitales para el aprendizaje posterior y el desarrollo de capacidades cognitivas, de atención y concentración, comunicación, imaginación y procesamiento de información.

En cuanto a los adultos, si antes dudábamos al escribir o desconocíamos un vocablo y no teníamos a nuestro alcance un diccionario, debíamos buscar el consejo de alguien más letrado o ir a la biblioteca… Hoy podemos tener uno o más diccionarios en el móvil, la tableta o la PC, y también acceder a ellos en internet. Se ha hecho más fácil.

Personalmente, me quedo con el libro impreso, el sonido y el olor del papel, hojear páginas y anotar en los márgenes. El librero y la sucesión de lomos de libros con títulos, colores y autores a la vista. Pero no deberíamos hacer de la cuestión un conflicto entre leer en pantalla o en papel. La cuestión es, simplemente, leer o no leer, hacer o no el esfuerzo, buscar o no el tiempo, organizar o no rutinas para estimular la lectura en los pequeños.

Hace unos días, un estudiante de Periodismo me comentaba sobre aplicaciones en línea que permiten editar video y destacaba sus virtudes y facilidades.

Yo, quizá más conservador, que hice el recorrido desde las pesadas máquinas Robotron, pasando por las 286, 486 y Pentium hasta el diverso paisaje actual, le aconsejé aprender las herramientas claves, los programas de edición de fotos, video y audio profesionales antes de aprovechar esas facilidades que simplifican; intentar aprender idiomas y traducir por sí solo antes de usar apps de traducción… Dominar primero las bases de la tecnología, los procesos de creación y prestaciones de software más complejo que, una vez dominado, permite comprender cualquier plataforma.

Igual debería suceder con el idioma. La corrección, el buen uso y la comprensión de la lengua –al igual que la comprensión del mundo en que vivimos y los retos que nos plantea el presente, de modo general– se fijan mejor desde la infancia. El idioma es la base de toda la estructura. Puede ser difícil al principio, pero ese conocimiento abrirá las puertas hacia más conocimiento.

El tema del Día Internacional de la Lengua Materna 2022 es “El uso de la tecnología para el aprendizaje multilingüe: desafíos y oportunidades”. Foto: Unesco.

La lengua materna –la “primera que una persona aprende a hablar”; de maternusmater (madre) y nus (procedencia, pertenencia)– es nuestro instrumento natural de pensamiento y comunicación, de expresión de nuestra identidad y nuestra cultura. De ella provienen nuestras primeras palabras, con ella comenzamos nuestro aprendizaje del mundo. Crecemos con ella. Nunca nos abandona.

Conociéndola mejor es más probable que dominemos mejor una lengua extranjera, que podamos adentrarnos en cualquier rama del conocimiento, asimilar más cabalmente los flujos crecientes de información que recibimos y transmitir nuestras ideas, participar en la vida social.

El español conecta hoy un amplio espacio geográfico con casi 600 millones de hablantes, por encima de normas y variantes nacionales y regionales. Expresa un vasto universo cultural y lingüístico que va más allá de la geografía y abarca siglos de historia. Es de todos y no deja de cambiar; común y a la vez diverso, plural. Su futuro está en el equilibrio entre esa pluralidad y su unidad lingüística. “Limpia, fija y da esplendor”, dice el lema de la RAE desde 1715. Renovar, modernizar, pero sin empobrecer formas ni perder identidad y esencia.

2020: actualización 23.4 de la versión digital del DLE (2 557 novedades, tanto enmiendas como adiciones, incluidos los términos coronavirus, covid, desconfinar, desescalada, distópico, antirretroviral, melatonina, vigorexia, emoji, avatar, trol y trolear. Por ejemplo, se sumó una acepción a “hilo”: cadena de mensajes sobre un asunto en foros de internet o redes sociales).

2021: actualización 23.5 (introduce 3 836 modificaciones, tanto adiciones de artículos y acepciones como enmiendas. Aparecen términos como bitcóin, bot, ciberacoso, ciberdelincuencia, criptomoneda, geolocalizar, webinario, quinoa, buseca, chuteador, repentismo, salvada y sambar, cubrebocas, nasobuco, hisopado, poliamor, transgénero, cisgénero, pansexualidad y las formas complejas burbuja social y nueva normalidad.

Ganan nuevas acepciones “audio”, como mensaje sonoro enviado digitalmente; “compartir”, como poner a disposición de otro un archivo, enlace u otro contenido digital; “cortar” y “pegar” en sus significados en el área informática, además de añadirse la forma coloquial “cortapega”.


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