Quienes leen los Versos sencillos de Martí, hallan a su inicio que su autor lo dedicó a dos personas: el mexicano Manuel Mercado y el uruguayo Enrique Estrázulas. Prueba de amistad mayor es ello, aunque las cartas martianas a ambos revelan que, desde luego, esas relaciones fraternales se sustentaron de modo diferente: Mercado era el amigo a quien Martí confiaba sus cuitas íntimas, mientras que Estrázulas era quien pasaba las suyas al cubano.
El uruguayo, nacido en Montevideo, era cinco años mayor que Martí. Estudió Medicina en Estados Unidos y se casó con una estadounidense. Junto al ejercicio de su profesión, en la que se destacó en su país como pediatra y como introductor de las más modernas prácticas quirúrgicas de la época, tuvo un largo desempeño como diplomático y alcanzó cierto reconocimiento como pintor. Sus intereses por los avances científicos y por las artes seguramente le acercaron a Martí desde que se conocieron en Nueva York cuando asumió el consulado uruguayo en la ciudad en 1883. Al ser designado el año siguiente ministro plenipotenciario en Washington, Estrázulas dejó al cubano como cónsul interino, y en 1886 renunció a aquel cargo y regresó al consulado en Nueva York.
Martí se mantuvo en la interinatura entre mayo y octubre de 1884, cuando renunció para dedicarse a las tareas patrióticas, y a la vuelta de Estrázulas colaboró con sus labores consulares sin ocupar puesto oficial alguno. El uruguayo propició el nombramiento del cubano como cónsul en propiedad, pues él se marchó a viajar por Europa y se estableció con su familia en Paris y liego fue cónsul en Burdeos hasta 1893, en que regresó a Montevideo para practicar la pediatría hasta su muerte en 1905.
Se conservan cuatro cartas de Estrázulas a Martí y doce más una carta rimada de este a aquel. Tal correspondencia permite aquilatar el carácter de esa amistad. El tono de Martí, quien le tiene al tanto minuciosamente de sus deberes diplomáticos, de sus crónicas acerca de Estados Unidos, de los sucesos de ese país y de sus diversas actividades es cariñoso y jocoso, y le llama “Momzonk”. También trata temas de artes y letras, le pide publicaciones, valora sus pinturas. Le dice “amigo querido”, pero más veces comienza la epístola escribiendo “Mi señor”. No es cortesía ni signo de pleitesía, sino una manera de iniciar la conversación a distancia como si Estrázulas fuera un aristócrata o un miembro de alguna nobleza.
El uruguayo encabeza sus envíos así, más formalmente: “Mi querido Martí”. Le relata al cubano sus paseos, su vida social, pero sus enamoramientos ocupan el mayor espacio, sobre todo cuando en 1890 se arrebata con una joven francesa de dieciséis años de edad, hija de un amigo, a la que describe de este modo: “Inteligente, discreta, mucha voluntad y mucho corazón.” Obviamente, es muy alta la confianza ente ellos o, al menos, la de Estrázulas en Martí al comentarle con lujo de detalles las intimidades de un hombre ya por los cuarenta años, que no desea poner en crisis su vida familiar, pero que se enamora perdidamente de una adolescente.
El documento más sorprendente de esas letras cruzadas es la carta rimada que Martí le escribiera a su amigo refiriendo su separación del plan de San Pedro Sula de 1884 encabezado por el general Máximo Gómez para independizar a Cuba, probablemente de ese mismo año. Son treinta estrofas en las que, tras justificar su ausencia epistolar, refiere su amor patrio, su salida del consulado ante ese llamado libertador y su desencanto, sin decir nombres, con quienes lo preparaban. Y culmina la última estrofa expresando por qué acude a Estrázulas: “¿Qué si no el grato recuerdo// De su alma noble, pudiera// Calmar un poco esta hoguera// Que me come el lado izquierdo?”
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