Al actual presidente de los Estados Unidos no se le ocurrió otra idea que celebrar el Día Internacional de los Derechos Humanos con una Cumbre de la Democracia.
No hace falta demasiada suspicacia para develar las motivaciones políticas del espectáculo: la administración Biden está a la baja en la arena internacional; entre el abandono de la prolongada intervención en Afganistán, dejando atrás un panorama desastroso y un cúmulo enorme de críticas de socios y aliados, y los palos de ciego en el intento de demonizar a Rusia y China como sólidos y cada vez más influyentes contrapesos de la hegemonía global, pretende de golpe y porrazo recuperar protagonismo e insuflar nuevos aires al vuelo de un águila imperial en la que no creen las personas serias y sensatas de este mundo.
Más la iniciativa, por sí misma, es un acto fallido. Por una parte Estados Unidos decide quién es y no es “demócrata”, y ahí está nada menos que una invitación a Juan Guaidó, en momentos en que muchos se desmarcan de hacer coro a la marioneta venezolana; por otra, la operación despide el rancio olor de una práctica totalitaria de antiguo anclaje en la naturaleza del sistema. Si no eres como yo, no existes; si no te pareces a mí, no te tomo en cuenta; si no haces lo que yo hago, estás perdido: tal es el rasero impositivo de Washington, el que por dos siglos ha aplicado para juzgar e intervenir países, derrocar Gobiernos, subvertir sociedades. Con toda razón se ha dicho que es una reunión en nombre de la democracia para conspirar contra la democracia.
Resulta revelador el hecho de que voces que forman parte del sistema, que responden a sus intereses, que se sitúan a buena distancia del más mínimo empeño por apoyar ideas socialistas, se pronuncien contra el espejismo que trata de vender el gobierno estadounidense en coincidencia con el Día Internacional de los Derechos Humanos.
“…la administración Biden está a la baja en la arena internacional; (…) pretende de golpe y porrazo recuperar protagonismo e insuflar nuevos aires al vuelo de un águila imperial en la que no creen las personas serias y sensatas de este mundo”.
El 13 de septiembre pasado, Cristina Lafont, catedrática de la Universidad de Northwestern, en Chicago, ha puesto en solfa los efectos de la engañifa de la política exterior de Biden en el seno de la sociedad estadounidense, donde las secuelas de decisiones tecnócratas y populistas se hacen sentir: “Si el descontento de la ciudadanía se debe a la exclusión, la solución no puede ser más exclusión. Por muy diferentes que parezcan el populismo y la tecnocracia, los dos son incompatibles con la inclusión democrática. Representan una amenaza al compromiso democrático de que todos los ciudadanos puedan determinar las decisiones políticas a las que están sujetos. El populismo defiende el gobierno de la mayoría electoral a la que identifica como ‘verdadero pueblo’ y exige que las minorías defieran ciegamente a las decisiones de la mayoría. La tecnocracia defiende el gobierno de la minoría a la que identifica como ‘los expertos’ y exige que la mayoría ignorante defiera ciegamente a las decisiones de la minoría. Ambas opciones aceptan una división permanente entre los ciudadanos que toman decisiones políticas y los que obedecen ciegamente”.
Foto: Cubadebate
El economista Alasdar S. Roberts, en el medio digital The Conversation, expresó: “Desde hace bastante tiempo la identidad real de Estados Unidos no está dada por el lavado de cerebro de la prensa corporativa acerca del discurso sobre nación y democracia, sino su identidad está claramente definida por su rol imperial, y esa es la esquizofrenia que viven hoy los estadounidenses y da lugar a la enfermedad que vive la nación. Es crítico poner atención al hecho de que este imperio no solo ejerce una dictadura militar global, sino que tiene firmemente las riendas del sistema económico global, junto a la banca europea. El Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la única moneda de intercambio mundial, el dólar, el dólar que debe reservar cada país del planeta para poder comerciar, etc. Más allá de la cortina de humo de los medios de comunicación globales con la que pretenden haber logrado la alternativa anti Trump, el tema de fondo y crítico en importancia hoy para los Estados Unidos y el resto del mundo es el colapso del sistema económico estadounidense y la banca europea. Desde Nixon los Estados Unidos imprime billetes que no tienen fondo, y hoy, en el 2021, a la llegada de Biden, USA está imprimiendo más billetes que su producto interno bruto, trillones. O sea, el hoyo, el fraude es cósmico. La economía estadounidense está en bancarrota y, sin embargo, su poder militar y control global son capaces de mantener un valor ficticio del dólar y —lo más enfermizo— los dirigentes pretenden mantener el mismo sistema económico obsoleto y corrupto impuesto al resto del mundo. Lo cual es suicida para USA y todas las otras naciones amarradas al sistema”.
Con unos y otros truenos, es difícil conciliar los ideales democráticos supuestamente promovidos por la Casa Blanca y la élite económica-militar de la nación norteña, con las realidades internas y externas del ejercicio de su poder.
Si hubiera un verdadero y raigal compromiso con los derechos humanos, el primero que tendrían que defender es el de otros modelos o alternativas a existir y expresarse en igualdad de condiciones. Y el derecho de todos los seres humanos a ser tales en términos de dignidad y oportunidades. Y eso, está lejos siquiera de parecerlo.
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