Proyeccion de una imagen de Dostoievski en su casa en San Petersburgo.
Hace tiempo, en conversación con un amigo conocedor de la cultura rusa y una compañera de trabajo soviética, lancé esta pregunta: “¿Quién representa mejor ‘el alma rusa’: Dostoievski o Tolstoi?”. Mi amigo eligió al primero; mi colega discrepó y optó por el segundo. Él razonaba que nadie había penetrado de manera tan profunda en la subjetividad de los rusos de su tiempo como Dostoievski; ella aseguraba que eso era, en parte, una construcción occidental, y que Tolstoi caló como ningún otro escritor en su sociedad, con cientos de personajes para extraer de ellos la sustancia principal de su creación. Él insistía en la universalidad del primero a partir del individuo; ella respondía que el segundo había llegado a la esencia cultural del pueblo ruso para acercarse a cualquier singularidad. Posiblemente ambos tenían razón, desde lecturas diferentes: Dostoievski, de la época del Romanticismo, era considerado precursor de la novela psicológica, y Tolstoi, el más grande de los novelistas del realismo ruso, había ofrecido el fresco más completo de su pueblo. En lo que sí estaban de acuerdo mis dos compañeros, era en la grandeza de las respectivas indagaciones de los narradores para llegar a la esencia de esa supuesta “alma rusa”, y también en lo que, curiosamente, les resultaba común: el rechazo al cambio social por la violencia, sin anular la posibilidad de la rebeldía individual; la convicción en la existencia de una maldad generalizada en el ser humano y de un sentimiento de culpa, y el misticismo inserto en el cristianismo ortodoxo.
Fiódor Dostoievski nació en Moscú en 1821 y murió en San Petersburgo en 1881. Es considerado uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, y sus relatos exponen la condición malsana de los humanos, la morbilidad enfermiza, el terror provocado por hechos pavorosos, y la locura como reacción natural; pero, paralelamente, la conmovedora acción de la ternura, la pasión amorosa hasta el delirio y la entrega heroica frente al dolor humano. Epiléptico, asmático, histérico y depresivo, el escritor padeció vicios como el del juego; casi siempre estaba lleno de deudas y perseguido por sus acreedores, y su vida, en los últimos años, transitó hacia un conservadurismo de elevado misticismo.
Desde temprano contrajo un gran compromiso con la literatura a partir de la lectura de clásicos como Shakespeare, Voltaire ─en una libreta anotó que tenía pendiente escribir el Cándido ruso─ y Víctor Hugo, Schiller y Hegel. Segundo de seis hermanos, vivió en el campo, tuvo como padre a un médico autoritario, la madre murió de tuberculosis cuando él tenía 16 años, y fue a parar junto a su hermano mayor a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo. Dos años después su padre murió alcohólico y Fiódor se sintió culpable por haberle deseado la muerte en varias ocasiones; según otra versión, el viejo hidalgo fue asesinado por sus siervos. Todos estos hechos de su vida fueron recogidos directa o indirectamente en sus narraciones.
Ascendido como alférez ingeniero de campo en 1841 y a subteniente en 1843, concluyó sus estudios y se incorporó a la Dirección General de Ingenieros en San Petersburgo, aunque a partir de la traducción de Eugenia Grandet de Balzac en 1844 ─para saldar una deuda con un usurero─ comenzó a mostrar una vocación desenfrenada por la literatura. Al año siguiente dejó el ejército para dedicarse por entero a esta pasión y comenzó su primera novela, Pobres gentes, publicada en 1845 con éxito de crítica; ya desde entonces describía la degradación humana a que puede conducir la miseria: “Los mendigos profesionales alquilaban, en los barrios pobres, niños escuálidos para llamar la atención de los transeúntes y si el niño moría durante el día, seguían exhibiéndolo hasta la noche para no perder el precio del alquiler” (todas las citas son de Fiodor M. Dostoyevski. Obras completas, traducción directa del ruso, introducción, prólogos, notas y censo de personajes por R. Cansinos Assens, Editorial M. Aguilar, Madrid, 1946). A partir de ese momento se dedicó a escribir narraciones; en el propio año publicó El doble, en 1846 La patrona y posteriormente Noches blancas y Niétochka Nezvánova, con menos éxito, por lo que se sumió en la depresión.
Fue arrestado en 1849 por formar parte del grupo de intelectuales liberales del Círculo Petrashevski, asociación ilegal que propagó las ideas del socialismo utópico. Condenado a pena de muerte por conspirar contra el zar Nicolás I, su sanción fue conmutada debido a los ataques epilépticos continuados. Liberado en 1854, cumplió parte de su condena como soldado en una fortaleza en Kazajistán, donde se relacionó con la que sería su primera esposa, María Dimítrievna Isáyeva, mujer de un conocido, con la cual se casó en 1857, cuando ella enviudó. Viajó por Europa, se vinculó a revistas literarias y afianzó su eslavofilia, sin despreciar la cultura europea, con un sentido fuertemente cristiano-ortodoxo y pacifista.
En 1861 publicó Humillados y ofendidos, su primera gran novela, escrita a su regreso de Siberia. Junto a su hermano Mijaíl fundó la revista Vremia ─Tiempo─, y allí apareció esta novela por entregas, un melodrama lírico que resume su vida hasta entonces, con mucho énfasis en situaciones dramáticas, pero no ya con resignación, sino con rebeldía, sin renunciar a la caridad cristiana como fruto del dolor, tema ya explorado en su primera novela. Recuerdos de la casa de los muertos, escrita entre 1861 y 1862 y publicada en la revista Mundo Ruso, relata sus impresiones del presidio y del destierro; por sus páginas desfilan condenados por muy diferentes motivos, obligados a obedecer los rigores de un reglamento inhumano y a soportar la brutalidad de sus carceleros, bajo labores fatigosas de partir piedras y disecar pantanos; novela de gran expresividad, ofrece el testimonio de un espacio de desconfianza entre personas que muestran su lado bueno, aun en el horroroso espanto de la cárcel. Otra de sus grandes narraciones es Memorias del subsuelo, publicada en 1864 en la nueva revista Epoja ─Época, propiedad suya y de su hermano─; pese a ser muy breve, logra una mirada introspectiva, desde la zona más profunda de la conciencia humana, a las cavernas tenebrosas en que se esconden alimañas del ser como el egoísmo y la cobardía instintivas, y el espíritu demoníaco que cree observar en esas tinieblas, revelando la frustración del amor como fuente de conflictos; con esta exploración alumbró futuros descubrimientos del alma humana, como los del psicoanálisis.
Crimen y castigo, de 1866, es una de las obras maestras de Dostoievski, publicada por entregas en la revista literaria El Mensajero Ruso. Con la creación de un protagónico universal, Raskólnikov, consigue delinear uno de los personajes más memorables de la literatura de todos los tiempos. Escribe la novela en momentos tormentosos, mientras apostaba y perdía dinero en la ruleta; tiempo en que murieron en breve lapso su esposa y su hermano, y debió hacerse cargo de cuatro sobrinos. En medio de la falta de dinero ─tenía una deuda de 25 000 rublos y su novela se publicó con la condición bajo contrato de entregar los primeros 3 000 rublos a sus acreedores y otras cláusulas relacionadas con la fecha de las entregas y sobre sus derechos patrimoniales─ y de la depresión ensombrecida por su viudez, trazó un personaje armado de un hacha y obsesionado con la vieja usurera prestamista que consideraba un “piojo inútil y dañino”. Raskólnikov siente la degradación de la pobreza y la desigualdad social, y encarna el sentimiento de todos los humillados rusos en un imperio despiadado, cuando se ha puesto en riesgo el destino de un joven que no ha podido conseguir ni siquiera el dinero necesario para estudiar y se cree elegido para hacerlo. El asesinato de la vieja usurera, con el cálculo racional del asesino, y al mismo tiempo, bajo la influencia de la zona irracional del hombre, deja uno de los dilemas más universales ante un crimen; el personaje no se reprocha por el delito, sino por los errores cometidos. Raskólnikov se entrega a la Policía y asume el castigo, pero responde ante una conciencia superior. No han sido los hombres quienes lo han juzgado, sino definitivamente dios.
En 1867 Dostoievski se casa con Anna Grigórievna Sníkina, la taquígrafa a quien dictó su novela El jugador, un texto en primera persona que revela la profunda adicción a la ruleta de su protagonista. La pareja viaja a Europa y en Ginebra el escritor esboza El idiota, que después escribe entre 1868 y 1869, y publica también en El Mensajero Ruso. El idiota muestra su creciente interés por el cristianismo ortodoxo; con un número considerable de capítulos, varios incidentes y episodios, sus interpolaciones introducen muy diversos elementos extraños al tema central, que gira en torno al príncipe Lev Nikoláievich Myshkin, cuya bondad lo convierte en un verdadero arquetipo moral, aunque la mayoría lo considere, sencillamente, un tonto. Durante su estancia fuera de Rusia publica además en revistas El eterno marido (1870), Demonios (1872) ─aquí culpa a Europa de introducir demonios en Rusia; según su visión románticamente atormentada: “demonios de las utópicas doctrinas europeas que invadieron Rusia e intentaron corromper y deformar su alma”─ y El adolescente (1875). El dolor dejado por la muerte de personas cercanas catalizó su consternación ante la desaparición física y la posibilidad de salvación de vida eterna en su comunión con dios.
De vuelta definitivamente a Rusia, ya con gran prestigio como escritor, escribió entre 1879 y 1880 otra de sus obras maestras: Los hermanos Karamázov. El novelista había conocido a tres hermanos kirguises durante su estancia como preso en Siberia, historia que tributó a consolidar la perfecta solidaridad fraternal partiendo de las diferencias; ellos fueron el germen de los hermanos Karamázov: Dimitri, el mayor, se distinguía por su fuerza física y carácter violento; Iván, el segundo, el intelectual apático, abúlico, frío, calculador y sarcástico; y Aliocha, el pequeño, casto e inocente. El padre, “gran terrateniente puerco y corrompido, además de estúpido, de esa clase de estúpidos que saben muy bien disimular sus lances afortunados”, ya formaba parte de la historia nacional. En todos estos personajes se condensa la Rusia bárbara del pasado, la occidentalizada del presente y la utópica del futuro, afín a Dostoiesvski; Aliocha se rebela porque cree que ciertas señales de la civilización moderna constituyen deformaciones del pensamiento cristiano: se prefiere la seguridad a la libertad y la hartura del hoy a enfrentar los retos del futuro, pero cuando hay certidumbre y saciedad basadas en el autoritarismo, los sueños se anulan. Los hermanos Karamázov tendría una segunda parte que nunca llegó a escribirse. El 8 de noviembre de 1880 concluyó la primera parte y el 9 de febrero de 1881 su autor murió después de una hemorragia pulmonar asociada a un enfisema y a un ataque epiléptico. Miles de jóvenes siguieron su cortejo.
La obra de Fiódor Dostoievski ha sido altamente valorada y admirada tanto por especialistas como por “legos”; muy traducidas, algunas de sus novelas, como Crimen y castigo, han sido llevadas profusamente al cine, y su producción es considerada precursora de corrientes tan definitorias para el siglo xx como el psicoanálisis y el existencialismo. Cuando una rusofobia llevada al delirio borra a Chaikovski de los programas de concierto, o la ensalada rusa del menú de algún restaurante, y se suprimen estudios en las universidades de escritores cuya obra ya es patrimonio de todos, volver sobre las páginas de Dostoievski nos hace pensar en cuánto de lo peor del ser humano puede aflorar en tiempos de crisis, y cuánto de belleza podemos llevar en nosotros mismos.
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