Director de arte imprescindible, Pedro García Espinosa


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Escenógrafo, cineasta, pintor y profesor, Pedro García Espinosa Romero, cuyos 90 años se recuerdan este 20 de septiembre, es uno de los principales artífices de la escenografía y la dirección de arte en el cine cubano posterior a la creación del ICAIC. 

El director de arte es el responsable de la configuración estética general de la película, desarrolla su propuesta a partir del guion y las indicaciones del director y supervisa aspectos como la elección de locaciones, decorados, utilerías de escenarios, diseño de vestuario, maquillaje, etc. Bajo su dirección trabajan el escenógrafo y el ambientador. “El escenógrafo interpreta las orientaciones del director de arte, diseña y dirige la construcción de los decorados y escenografías necesarias. Trabaja con un equipo de construcción. El ambientador es el responsable de ejecutar las orientaciones del director de arte en la obtención y compra de accesorios para desarrollar el estilo propuesto y ambiente en general”, escriben Luis Álvarez y Armando Pérez Padrón en Introducción al cine, publicado por Ediciones ICAIC en 20151. Aunque, cuando los términos no estaban tan delimitados, varias tareas podían confluir en la misma persona, como sucedió con buena parte del trabajo, sobre todo en los 60, de García Espinosa. 

Su obra —resumida en las páginas de Memorias de un director de arte, publicadas por Ediciones ICAIC en 2016― está ligada a los más importantes directores del séptimo arte en Cuba, entre ellos, Tomás Gutiérrez Alea, Humberto Solás, José Massip y Manuel Octavio Gómez, con quienes trabajó y, de alguna manera, hizo posible varios de sus filmes. 

Pedro se graduó de la Academia de San Alejandro en 1952 y de Escenografía Cinematográfica en el Centro Experimental de Cinematografía en Roma, bajo el influjo neorrealista, sitio donde estudiaron también su hermano Julio y Gutiérrez Alea. Allí tuvo como profesor a Virgilio Marchi, uno de los más reconocidos diseñadores de Italia, escenógrafo de Umberto D., de Vittorio de Sica, y de otros clásicos del neorrealismo. En este período trabajó en el filme Dos mujeres, de 1960, también de De Sica, como asistente de Gastone Medin, escenógrafo de los guiones de Cesare Zavattini. Se graduaría, además, en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (IDHEC) en París en 1961 y de Historia del Arte en la Universidad de La Habana, en 1978. 

Fundador del ICAIC, Pedro impartió cursos de cine y televisión en la Escuela Nacional de Arte, a la par que trabajó como director de arte, escenógrafo y diseñador de vestuario en más de 30 filmes de ficción, largometrajes y cortos producidos por el ICAIC. 

En los créditos de El joven rebelde, de 1961, largometraje de ficción producido por el Instituto y dirigido por su hermano Julio García Espinosa, filme que aborda las vicisitudes de un joven campesino decidido a incorporarse a las tropas rebeldes en la Sierra Maestra, encontramos por primera vez su nombre. Aunque antes podemos rastrear su trabajo en El Mégano, corto fundacional, considerado antecedente del cine posterior a 1959, realizado por Julio junto a otros miembros de la Sección de Cine de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, a la que ambos pertenecían. Para El Mégano, Pedro diseñó los elementos escenográficos y se encargó de las funciones de asistente de escena.

Pero sería el mediometraje Realengo 18, del dominicano Óscar Torres, concluido por Eduardo Manet, el primero a cuyo estreno asistió, pues fue lanzado el 4 de agosto de 1961 (este año celebramos su 60 aniversario), mientras que El joven rebelde se estrenó poco después, en marzo de 1962. Para “Año Nuevo”, cuento dirigido por Jorge Fraga que integra Cuba 58, Pedro García Espinosa convirtió la piscina interior de los Estudios Cubanacán en el calabozo de la estación de policías donde torturan al joven revolucionario. Poco después remodeló las locaciones y seleccionó las residencias donde buscan ansiosos los protagonistas de Las doce sillas, la conocida comedia de Titón. 

Su trabajo iría en ascenso, relacionado a descollantes —por una razón u otra— filmes del período. Junto con Roberto Miqueli e Irma Alfonso integró el equipo de escenógrafos de Crónica cubana (1963), del uruguayo Ugo Ulive. En la compleja escenografía concebida en estudio para la coproducción franco-cubana El otro Cristóbal (1963), de Armand Gatti, asistió al diseñador francés Hubert Monloup. Al año siguiente diseñó los decorados de La decisión, ópera prima de José Massip, con locaciones en Santiago de Cuba; y trabajó en El encuentro, corto de ficción de Manuel Octavio Gómez, con quien repetiría en La primera carga al machete (1969), que exigió un profundo estudio de los diseños, selección y adecuación de locaciones; y en Los días del agua (1971), el primero en color para ambos creadores, filmado en numerosos sitios, distantes uno del otro, y en el que destaca el insólito tratamiento cromático realizado por el fotógrafo Jorge Herrera.

Antes, para su hermano Julio, realizó la escenografía de Las aventuras de Juan Quin Quin (1967); y en Lucía (1968), el clásico de Humberto Solás, desarrolló tres épocas y sus caracterizaciones: 1895 en los alrededores de Trinidad, donde diseñó el cafetal utilizado como campamento y en el que ocurre el combate entre mambises y españoles; los años treinta del siglo pasado, con las locaciones en Cienfuegos para el segundo relato; y la humilde vivienda de Lucía en la década del sesenta, que cierra la película. 

Podemos rastrear su trabajo en Páginas del diario de José Martí, de 1971, de José Massip, junto con Roberto Larrabure. Y con este y Víctor Garatti Pedro bosqueja la escenografía de Una pelea cubana contra los demonios, de Titón, para la cual el equipo transformó las locaciones en Remedios y Trinidad, y diseñó los sets montados en los Estudios Cubanacán. Trabajó en Mella (1975), de Enrique Pineda Barnet, junto con Carlos Arditti, y junto con este, en La última cena (1976), de Titón, en la que decoró la casa de un antiguo cafetal que utilizarían luego en Cecilia. Le seguiría El recurso del método (1977), de Miguel Littín, coproducción del ICAIC con México y Francia, para la cual tuvieron que recrear un imaginario país de América Latina en paisajes de México y Cuba. 

Fue Cecilia (1982), de Solás, uno de sus más complejos trabajos, junto con José Manuel Villa y Enrique Tamarit. La adecuación de locaciones en edificios y viviendas del casco histórico habanero fue primordial, y la construcción del ingenio levantado en las cercanías de Campo Florido fue la mayor de las edificaciones realizadas para un filme cubano. 

En Amada (1983), codirigida por Nelson Rodríguez y Humberto Solás, ambientó el interior de una residencia en la calle Línea para crear el ambiente asfixiante, enrarecido, de la protagonista. Trabajó en Baraguá, de 1989, de José Massip, y en Un señor muy viejo con unas alas enormes, del argentino Fernando Birri. Con Reina y Rey, dirigida por su hermano en 1994, finaliza la obra de Pedro García Espinosa para la pantalla grande —y es también el último largometraje de Julio—, aunque trabajó en seriales televisivos y en el teatro, y se dedicó a la enseñanza impartiendo talleres y conferencias. Con Humberto realizó varios documentales, entre ellos uno sobre la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, y otro sobre Octavio Cortázar. Como artista de la plástica inauguró 15 exposiciones personales y otras colectivas en Cuba y en el exterior. 

Poseía la distinción Por la Cultura Nacional y su nombre fue candidato al Premio Nacional de Cine, que aunque no obtuvo, pues la muerte lo sorprendió a los 88 años el 14 de agosto de 2020, merecía, sin dudas, este maestro de la dirección de arte y el cine cubano2.

Referencias bibliográficas: 

Álvarez, L. y Pérez A. (2015). Introducción al cine. La Habana: Ediciones ICAIC, p. 48. 
2 Con información de la Enciclopedia Colaborativa Cubana en la Red (Ecured).


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