«Lucía 1895»
El indiscreto encanto de los descartes
A lo largo de poco más de seis décadas de historia del nuevo cine cubano forjado por el ICAIC —y otras productoras fílmicas de la isla— no ha existido suficiente conciencia de la memoria histórica. Es fácil y socorrido criticar a Hollywood desde todo punto de vista, incluso por los más agudos y serios pensadores y críticos, pero es incuestionable la preocupación existente desde sus albores en algunas de sus compañías, como la 20th Century Fox y la Universal, por conservar en sus archivos hasta el más mínimo pie de celuloide filmado, quizás insignificante para los ignorantes de su significación. El genial Charles Chaplin no fue el único en preocuparse tempranamente por preservar íntegra su filmografía y hasta las numerosísimas tomas desechadas.
Muchos se sorprenden con los hallazgos de ese genuino arqueólogo cinematográfico que es Kevin Brownlow[1] en sus célebres series documentales sobre la historia del cine. En las bóvedas hollywoodenses están debidamente clasificados y localizables, desde las pruebas realizadas al considerable número de actrices aspirantes al personaje de Scarlett O’Hara en la legendaria Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939), firmada por Victor Fleming, las de cámara con y sin maquillaje a la novel actriz sueca Ingrid Bergman recién llegada a Los Ángeles, los disímiles planos y tomas descartadas de incontables títulos y las distintas versiones de guiones atiborrados de notas de los realizadores de otras tantas películas, las facturas que engrosaron los presupuestos… No falta hasta el generoso metraje invertido por Alfred Hitchcock para modelar a su gusto a la seductora Tippi Hedren, su última musa rubia, de acuerdo a como concebía la Melanie Daniels de Los pájaros (The Birds, 1963). Así fue felizmente hallado el memorando con las indicaciones originales de Orson Welles que posibilitaron la reedición de Sed de mal (Touch of Evil, 1958), sin que los créditos obstaculizaran el visionado del plano secuencia inicial.
No solo se perdió irremediablemente la mayor parte de la producción del cine cubano producido antes de 1959, en un inicio por la inexistencia de un organismo estatal destinado a su preservación, y más tarde con la creación de la Cinemateca de Cuba por el ICAIC, como consecuencia de la infausta política de rotunda negación de ese cine. Para iniciar el nuevo conteo, fue implacable el borrón de todo vestigio del pasado. Al vertedero fueron a parar también los rollos depositados allí por el fotógrafo José Tabío, celosamente resguardados desde los años treinta por este participante en la aventura de la productora Cuba Sono Film. Auspiciada a partir de 1938 por el Partido Comunista de Cuba, esta firma era un encubierto medio de difusión de su trabajo con las masas y sus reportajes documentales, las ediciones del Noticiario Gráfico Sono Film y algunos cortos de ficción. Estos constituyen el primer e irrefutable antecedente de cine social en Cuba, y de los cine móviles estimulados por el ICAIC dos decenios más tarde con el objetivo de llevar el cinematógrafo a los lugares más apartados.
«Lucía 1895»
Quién sabe la suerte que corrieron las secuencias suprimidas en la primera edición de los dos primeros cuentos del clásico Lucía (1968), dirigido por Humberto Solás. «Lucía 1895» alcanzó la duración de un largometraje de aproximadamente noventa minutos que fue necesario sintetizar a sesenta, si bien, como aclara el editor Nelson Rodríguez (1938-2020), colaborador además en el guion: «aunque sin presión alguna, porque en algún momento se pensó en realizar tres películas, pero al decidir conjuntamente con la dirección del ICAIC que tenía más coherencia desde el punto de vista temático sobre la vida de la mujer cubana a través de las tres épocas, era inconcebible una película tan larga. Entonces a la primera historia se le cortó media hora y a la segunda, alrededor de veinte minutos»[2].
Nelson Rodríguez se vio obligado a reducir también varios planos de la actriz española Yolanda Farr, filmados por el fotógrafo Ramón F. Suárez para Memorias del subdesarrollo (1968), en el que interpretó a Laura, la esposa de Sergio. Ella no olvida su decepción al apreciar la mínima participación a la cual fue limitada por una opción dramatúrgica de Tomás Gutiérrez Alea, y al respecto recuerda:
«A mediados de 1966, Titón me contactó para formar de nuevo pareja con Sergio Corrieri en Memorias del subdesarrollo. Le había gustado la química que vio entre nosotros en Desarraigo, dirigida por Fausto Canel, y quiso repetirla. Mi papel era totalmente antagónico al anterior, ya que en este filme yo abandonaba la isla y a mi marido, mientras que en Desarraigo era Sergio el que se iba. Todo fue tan bien durante el rodaje que incluso me convenció para que hiciera lo que fue el primer desnudo del cine cubano. Mi papel era tremendamente enjundioso y la escena de nuestra última pelea, de un dramatismo que me costó Dios y ayuda lograr. Al final del rodaje de esta larga escena el equipo prorrumpió en aplausos y Titón me abrazó entusiasmado».
Yolanda Farr como Laura en Memorias del subdesarrollo
«Nunca pude ver la proyección de esta película, ya que salí de Cuba antes de su estreno, pero sí, por supuesto, las escenas filmadas en la moviola. Imagínate cual sería mi sorpresa al visionarla, llena de ilusión, aquí en España, y advertir que la mayor parte de aquella escena había sido eliminada en pantalla, colocando mi voz en off sobre un larguísimo plano del rostro de Sergio. No lo podía creer. No sé realmente cuál fue el motivo de esta amputación. Hace un tiempo tuve la oportunidad de hablar con alguien que había sido parte del equipo de realización y de la vida de Titón, y ante mi pregunta sobre lo ocurrido, su única respuesta fue que seguramente el director había decidido que esa manera era mejor para su concepto del montaje. Y esta es la historia[3].
El prestigioso editor de esos títulos cimeros del cine iberoamericano siempre lamentó que nadie escuchara cuánto insistió en que conservaran el material valiosísimo de las entrevistas concedidas por el pintor Wifredo Lam, sintetizadas para el mediometraje documental que le dedicó Humberto Solás en 1979. Nelson incluso se preocupó por «guardar lo no utilizado para que quedara en el archivo»[4]. Las cintas de sonido con las extraordinarias reflexiones del creador de La jungla fueron borradas, víctimas de la desidia imperante. Desaparecieron también las secuencias suprimidas en el primer corte de La última cena (1976), en las cuales adquiría mayor peso el personaje del maestro de azúcar interpretado por José Antonio Rodríguez. Titón le concedió originalmente esa preponderancia en las secuencias que anteceden al convite del conde con los doce esclavos. ¡Cuántas anécdotas como estas poseerá cada editor del ICAIC!
Rodaje de La última cena
Dos historias halladas por el equipo de Fernando Pérez en el proceso investigativo que culminó en la magistral Suite Habana (2003) finalmente fueron excluidas de la edición definitiva. Una de ellas era la de Kilín, un septuagenario enterrador de la Necrópolis de Colón, descendiente de toda una familia de sepultureros, que no obstante tener una casa y una esposa prefería dormir en el cementerio. «Porque me gusta, me gusta el silencio, y quiero estar aquí, y es mi vida»[5], respondió a la pregunta del cineasta sobre la causa. Protagonizaba la otra dramática historia una persona que no llegó a convertirse en personaje de la película: Rosa, la cartomántica a quien acude Raquel para que le tire las cartas. Ella es capaz de transmitir ánimo a los demás y de intentar descifrar su destino en contraposición con el conflicto que afronta con su hija.
Raúl Pérez Ureta y Fernando Pérez en el rodaje de Suite Habana
Fernando Pérez confiesa que le gustaron mucho las imágenes impresionistas obtenidas por el fotógrafo Raúl Pérez Ureta en su primera experiencia en el cine digital, pero en medio de la edición sintió «que esas dos historias, en vez de facilitar la fluidez de la estructura del día, podían, realmente, atiborrarla de demasiadas historias»[6]. Fernando ignora el paradero de los casetes desechados, que, como las secuencias eliminadas de Lucía o los planos suprimidos de Memorias del subdesarrollo y La última cena, tanto significarían con el fin de nutrir los extras de sus ediciones en formato DVD o Blu-ray y para el estudio de los investigadores cinematográficos de hoy y de mañana.
«Un país sin imagen es un país que no existe, un país que no cuenta, un país subalterno, un país dependiente»[7], reiteró con acierto Julio García Espinosa en diversas oportunidades para llamar la atención sobre la imperiosa y urgente necesidad de resguardar el patrimonio audiovisual de cada pueblo. La Cinemateca de Cuba fue gestada por el ICAIC el 6 de febrero de 1960 con la misión cardinal, entre otras, de preservar el patrimonio fílmico nacional. Héctor García Mesa (1931-1990), incomparable director fundador de esta entidad, conceptuó el cine elaborado en Cuba entre Maracas y bongó (1932), de Max Tosquella, nuestro primer corto sonoro, y 1959, como «un producto de intenciones burdamente comerciales y, aun así, apoyado en fórmulas expresivas y calidades técnicas anacrónicas hasta para su época; un cine quizás a veces ingenuo, pero siempre, de hecho, en alto grado mistificador de las realidades históricas, sociales, políticas y culturales del país, y por tanto deformador como medio masivo de comunicación cultural»[8].
Héctor García Mesa
Ese criterio, sintetizado por alguien de tanto prestigio internacional, prevaleció en la estrategia del ICAIC por casi tres décadas hasta la celebración en diciembre de 1987 del seminario «El cine latinoamericano de los años 30, 40 y 50», programado en La Habana por el 11 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. García Mesa añadió a propósito de la importancia e interés de preservar la colección de cine cubano reunida y de su documentación por su función de servir: «como documentos imprescindibles, no solo a la hora de escribir una auténtica y documentada historia del cine en Cuba, sino como materiales complementarios nada despreciables para investigaciones y estudios de carácter histórico, sociológico, político, cultural, estético, etcétera, de la época y sociedad a que corresponden[9].
La Cinemateca de Cuba sobrepasa ya sesenta años de vida en un país que carece aún de un registro de la propiedad audiovisual ceñida no solo a la del ICAIC, organismo rector por mucho tiempo de la política cinematográfica, sino cada vez más diversificada en estas primeras décadas del siglo XXI ante el irrefrenable avance de las nuevas tecnologías y de las producciones independientes. Corresponde ahora la impostergable misión de consagrar todos los esfuerzos a preservar hasta el último minuto atesorado —no solo ya en celuloide, sino en los nuevos soportes— de la producción que se realiza día tras día en Cuba en aras de, en alguna medida, desbrozar de obstáculos el camino de los arqueólogos del tiempo, en el presente y en el futuro. Cada minuto transcurrido sin emprender una acción de salvaguarda del patrimonio audiovisual de un país es un minuto contra ese acervo.
[1] Realizador de las excelentes series: Hollywood (Hollywood: A Celebration of the American Silent Film, 1980), El desconocido Chaplin (Unknown Chaplin, 1987)y Cinema Europa: el otro Hollywood (Cinema Europe: The Other Hollywood, 1995); y de numerosos documentales, entre estos: Harold Lloyd: el tercer genio (Harold Lloyd: The Third Genious, 1989) y David W. Griffith, padre del cine (D. W. Griffith, Father of Film, 1993).
[2] Testimonio concedido expresamente para este texto (28 de noviembre de 2011).
[3] Correspondencia con el autor expresamente para este texto (julio de 2011).
[4] Nelson Rodríguez, Luciano Castillo: El cine es cortar, Ediciones EICTV, San Antonio de los Baños, 2010, p. 148.
[5] Luciano Castillo: «Suite para una ciudad (con solo de cineasta). Entrevista al realizador Fernando Pérez»: El cine cubano a contraluz, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2007, p. 158.
[6] Idem.
[7] Julio García Espinosa: «Introducción» al libro de cinematografías de países periféricos (inédito), 12 de mayo de 2004. (Archivo del cineasta).
[8] Héctor García Mesa: Folleto Cinemateca de Cuba. Informe general, XVI aniversario 1960-1976, ICAIC, La Habana, 1976, pp. 5-6.
[9] Idem, p. 6.
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