Cuando un cubano llega a México, nunca deja de sorprenderse –por más referentes letrados y proverbiales que cargue consigo– por el inefable vínculo entre nuestros países, articulado en la historia, en los lazos culturales, familiares y de simpatía, con los que se entra en contacto a cada momento. Lo mismo en ocasiones formales que en plena calle, cualquier persona puede hablarle a uno de una tía abuela cubana, de un viaje inolvidable a la isla, o de una huella profunda dejada por nuestra cultura.
Hace veinte años recibimos a la espectacular artista mexicana Astrid Hadad en la Casa de las Américas, invitada a Mayo Teatral, y apenas llegada nos confesó que se sentía en su ambiente y nos contó emocionada cómo había crecido escuchando los ritmos cubanos que llegaban a la península de Yucatán desde las ondas radiales cubanas. Curiosamente, en los campos de nuestro país, muchas de las rancheras que ella interpreta y parodia, son melodías familiares para hombres y mujeres del pueblo.
Es notable la forma de vecindad entre dos naciones, responsable de forjar tan profundos vínculos históricos que no han dejado de renovarse. Estamos estrechamente relacionados en nuestras culturas, más allá de la vitalidad de las relaciones oficiales que hace poco cumplieron 120 años ininterrumpidos, respaldadas por gestos solidarios hacia Cuba de patriotas mexicanos como Benito Juárez y Lázaro Cárdenas; de los oficiales cubanos que descansan en el Panteón de San Fernando, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, caídos en la gesta por la independencia mexicana que hoy celebra 200 años; de la salida del yate Granma desde el puerto de Tuxpan, como colofón de la etapa mexicana de gestación revolucionaria bajo el liderazgo de Fidel y el Che, y de la excepcionalidad que constituyó el vínculo único con México en Latinoamérica cuando el gobierno de los Estados Unidos, luego de implantar el bloqueo económico y comercial, presionó a los gobiernos de los países vecinos a contribuir a nuestro aislamiento.
En el Centro Histórico de La Habana tenemos una Casa de México que lleva el nombre de Benemérito de las Américas Benito Juárez, ideada y fundada por Eusebio Leal, quien fue hasta su muerte presidente del Grupo parlamentario de Amistad Cuba-México y presidente honorario de la Sociedad de Amistad entre los dos países. En la zona más antigua de la Ciudad de México, donde se cruzan la Avenida Reforma y la Alameda Central, el Centro Cultural José Martí atesora un mural de destacados artistas de la plástica cubana que rodea el salón principal. Entre los autores de la obra colectiva está Fayad Jamis, nacido en Ojocaliente, un pueblo de Zacatecas, del que salió siendo niño para Cuba, y aquí se haría un notable pintor y poeta. Y fue Fayad Jamis consejero cultural de notable impronta en la misión oficial cubana en México. A pocos metros del Centro Cultural que lleva el nombre de Martí, nuestro apóstol es también el eje de la pieza Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, principal obra en exhibición permanente del Museo Mural Diego Rivera.
El cine mexicano, con sus villanos y sus mujeres sufridas –Sara García a la cabeza–, y la admiración por Dolores del Río, María Félix, Jorge Negrete, Pedro Infante, conformaron la educación sentimental de generaciones de cubanos en las medianías del siglo XX. En reciprocidad, muchas actrices y mamboletas cubanas hicieron su carrera en México. Cantinflas y Tin Tan alimentaron entre nosotros el gusto por un humor popular que revelaba esencias del ser mexicano, y el Indio Fernández, en episodio sentimental poco conocido, engendró a la poeta, narradora y folklorista culinaria Adela Fernández, de madre cubana.
En ninguna ciudad de esta isla se baila el danzón como en Veracruz, donde uno se sorprende al ver junto a parejas octogenarias, a dos pícaros adolescentes iniciando el rito del amor entre sus pasillos. Sobre ese género y su impronta del otro lado del mar, el dramaturgo matancero Ulises Rodríguez Febles creó Danzón, una obra que se estrenará en México apenas la pandemia permita iniciar su montaje, que sigue a Yo soy El Rey del Mambo, sobre la exitosa saga mexicana de Dámaso Pérez Prado, también matancero, y que continuará con Lara, pieza final de la trilogía que se dedica a Agustín, el Flaco de Oro, otro estremecedor de corazones de aquí y de allá.
No sé si hay muchos lugares del mundo, además de la provincia Granma, donde haya existido una escuela de mariachi fuera del territorio del país cuna del género.
Soy testigo de cómo –hace dos días se cumplieron doce años–, diez mil personas arrobadas colmaron el Auditorio Nacional de México para acompañar el diálogo entre poesía hablada y poesía cantada que protagonizaron Roberto Fernández Retamar y Silvio Rodríguez. Y sé con cuánto cariño los cubanos recibieron aquí a Armando Manzanero.
Como expresión de la política cultural cubana, la Casa de las América ha sido responsable de la difusión para Latinoamérica y el mundo de muchos artistas e intelectuales del país amigo en sus publicaciones; los ha acogido en coloquios, festivales y conciertos. En Mayo Teatral nunca falta la escena mexicana, y por los escenarios cubanos han desfilado el Teatro El Milagro, Los Colochos, Carretera 45, La Máquina de Teatro, el Teatro de la Rendija, Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, y Regina Orozco. La Colección Arte de Nuestra América Haydee Santamaría atesora un importante acervo llegado por donativos de artistas e instituciones mexicanos. El más grande es el espléndido Árbol de la Vida, creado por Alfonso Soteno y sus hermanos alfareros en Metepec. Preside la Sala Che Guevara y acoge muchos de nuestros principales eventos. El artista recibió la Medalla Haydee Santamaría en la propia sala de manos de Roberto Fernández Retamar en 2010. También integran la Colección valiosas piezas de Guadalupe Posada, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Francisco Toledo, Marta Palau, Arnold Belkin, José Luis Cuevas, Manuel Felgueres, Graciela Iturbide y una extraordinaria serie de arte popular de distintas regiones.
La visita a México del presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez continúa y renueva lazos indelebles entre nuestros pueblos.
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