Al fin ha comenzado el CUBADISCO, evento considerado como el más importante de la música cubana de los últimos veinte años, tras meses de incertidumbre y algunas otras travesuras garcíamarquianas de esta tierra. Sí, porque aunque no lo parezca, este año el evento asume, además del cierto barroquismo barato, los tintes de una historia generada en el mismísimo Macondo de nuestros sueños.
Esta edición del evento viene subordinada —convoyada diría alguien de edad avanzada— al evento Primera Línea; es decir, una suerte de bolsa comercial o vitrina donde se presentan (o se exponen) talentos de todo el país y cultores de todas las tendencias o corrientes musicales.
La fiesta del disco cubano nunca ha estado exenta de polémicas e insatisfacciones cuando de nominaciones y/o premiaciones se trata; pero esta edición del certamen ha puesto el listón más allá de lo que el mismo Javier Sotomayor hubiera imaginado.
He aquí algunos acontecimientos que bien merecen destaque y algunas debidas opiniones.
Olímpicamente —prefiero verlo así— el Comité Organizador y sus afines han “olvidado” celebrar los 70 años de vida personal y los casi cincuenta de vida profesional de Adalberto Álvarez y dedican el agasajo principal a los 35 años de bregar de Liuba María Hevia. Así como lo cuento.
No creo que la mala fe haya sido la causa de tal “omisión”; lo que ocurre es que la figura y el prestigio del sonero cubano ya había sido lacerado anteriormente cuando “se suspendió” el Festival Matamoros Son que preside desde hace años, mientras recibía tratamiento médico para superar una dolencia que le aqueja.
Todos los involucrados en el asunto música cubana como sistema sabemos y aplaudimos el trabajo de Liuba, no solo como trovadora o juglar, sino más allá en su labor filantrópica; pero ¡Señor mío!, Adalberto es el gran renovador del son cubano en la segunda mitad del siglo XX y hasta nuestros días; es uno de los compositores de música popular bailable más versionados en todo el área del Caribe y más allá. Él es el Arsenio Rodríguez de estos tiempos.
Inteligente hubiera sido por parte del Comité del premio haberle otorgado un galardón Honorífico, sin importar o no si su disco estaba en competencia.
Y qué decir de las categorías a premiar. Aquí el chicharrón se vuelve ropa vieja.
Tal vez ese haya sido el gran dolor de cabeza del CUBADISCO desde su fundación: la entrada y salida de categorías a premiar y sus consiguientes desgloses en subcategorías ꞌhasta el infinito y más alláꞌ; pasando por las omisiones y/o fusiones que recuerdan la era de Ennio Moriccone y Bud Spencer.
No premiar al productor o al grabador —por citar dos especialidades fundamentales de la industria musical contemporánea— es significativo, pues omite a dos de los actores más importantes en un fonograma.
Hablando de categorías de este año: qué decir de la que comprende “voces” e incluye el fonograma de Alexander Abreu y Habana de Primera. Es decir, Alexander Abreu no es líder de una agrupación bailable que debió competir en esa categoría; él es una voz que se hace acompañar por una orquesta X y produjo un fonograma Y.
El CUBADISCO ha comenzado su andar por la vida cultural de la ciudad pero es un andar marcado por el clandestinaje y la apatía. Clandestinaje porque tanto los músicos como los consumidores de la música cubana denostan o desconocen el evento; que con el paso de los años se ha divorciado de la realidad cultural y perdido su capacidad de convocatoria ante el empuje de nuevas formas de consumo en la industria musical.
No quisiera ser agorero del pasado, ni negar la dialéctica social y cultural, pero es tiempo de una revisión a fondo del evento en toda su dimensión o de repensarlo con visión de futuro y a largo plazo.
Para nadie es un secreto que es la música la locomotora de la cultura cubana y si no se actúa y piensa coherentemente estaremos alzando el muro de las lamentaciones que algunos nos quieren imponer.
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