Cintio Vitier escribió páginas memorables, cargadas de pasión y lucidez, en los peores momentos del periodo especial, en días de incertidumbre, muy amargos, cuando pocos creían en las posibilidades de sobrevivir de la Revolución Cubana. Tras el colapso de la urss y el campo socialista, el Gobierno de ee. uu. diseñó para nosotros instrumentos de asfixia como las leyes Torricelli y Helms-Burton y promovió la emigración ilegal, interesado en la desestabilización del país y en el show propagandístico y no en las vidas humanas que se ponían en riesgo.
Son textos fechados entre 1991 y 1995. Al releerlos a la luz del presente, en medio de circunstancias tan difíciles como aquellas, nos estremecen por su vigencia descarnada.
Su voz se alzó entonces por encima del coro victorioso de fanáticos neoliberales, escribanos asalariados, arrepentidos y traidores, y del silencio de gente desorientada o que había perdido la fe, y acompañó a Fidel, que nos convocaba a seguir defendiendo nuestros ideales y principios.
«Lo que está en peligro, lo sabemos, es la nación misma. Nos recordó Cintio en 1993 La nación ya es inseparable de la Revolución que desde el 10 de octubre de 1868 la constituye, y no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto».
La campaña mediática contra la Cuba revolucionaria llegó a ser abrumadora. Representábamos, decían, ilusiones prehistóricas, superadas.
En 1992, en Madrid, en un encuentro con el movimiento de solidaridad, Cintio denunció el impúdico doble rasero de la gran prensa, atenta de manera «desmesurada y obsesiva» a los sucesos en Cuba, «en verdad mínimos si los comparamos con el generalizado horror, crimen y espanto del mundo en que vivimos». Resulta curioso, razonó, que «cualquier “disidente” acogido en los brazos del Imperio» despierte más compasión que «los veinte mil muertos de la tiranía batistiana». ¿Por qué? «La razón es sencilla», concluía Cintio: Batista, como muchos otros dictadores sangrientos, formaba parte del juego establecido por ee. uu. para su traspatio; pero tan pronto «Cuba decidió separarse de ese “modelo” latinoamericano, cuando se declaró desobediente y soberana, empezó a ser culpable de todo».
Cintio supo interpretar las consecuencias espirituales y éticas que provocó la crisis planetaria de paradigmas y valores; evaluó a fondo «la ofensiva del postmodernismo (…) con sus tesis nihilistas y disolventes generadas por el proceso de desintegración capitalista» y el impacto desmoralizador que recibió la izquierda con la caída del Muro de Berlín, las demás caídas y derrumbes, la consiguiente fábula del «fin de la historia» y el supuesto triunfo irreversible del Dios Mercado sobre las utopías.
Describió los efectos devastadores de la maquinaria fabricada «con tecnología, egoísmo y mediocridad», que promueve una «seudo cultura» hábil para apropiarse «del alma de los hombres», y rinde culto al instante y a la desmemoria. Frente a tales fenómenos, aseguraba Cintio, resulta esencial el aprendizaje íntimo, no libresco, «de la historia patria, inseparable de la historia universal». Más allá de «fechas, nombres y sucesos», ese conocimiento permitirá abrir espacio a «la búsqueda de un sentido».
De ahí que insistiera tanto en reforzar la enseñanza de nuestro itinerario histórico. Estaríamos dotando así a las nuevas generaciones del mejor antídoto «contra la venenosa marea de banalización y hedonismo». Como colofón, señalaba, hay que propiciar un diálogo de los niños, adolescentes y jóvenes con Martí ajeno a todo formalismo, a toda retórica, caracterizado por un estilo pedagógico «libre, conversacional, gustoso».
Debemos enfrentarnos obviamente a las distorsiones que pretenden mutilar el pensamiento martiano para despojarlo de su carácter antimperialista y revolucionario, y desenmascarar las caricaturas que nos muestran al Apóstol como una especie de propagandista del perdón universal y de la abstracta reconciliación entre lobos y corderos.
Los falsificadores obsesionados por tergiversar el discurso Con todos y para el bien de todos recibieron del autor de Ese sol del mundo moral una respuesta definitiva: los que se mueven en torno al «eje de la tendencia anexionista» están terminantemente descartados del concepto martiano de todos.
Esos partidarios de un neoanexionismo más o menos estructurado servían a los enemigos de la nación en los 90 y continúan desempeñando ese triste papel en la actualidad.
Uno de los capítulos básicos de la alfabetización martiana propuesta por Cintio consistía en el debate entre maestros y alumnos del artículo El remedio anexionista. Es un deber patrio insoslayable, reiteraba Cintio, tener en cuenta en todo momento las advertencias de Martí sobre «la idea de la anexión», destinada a ser un peligro permanente para nosotros. «Mañana (…) perturbará a nuestra república», había profetizado el Apóstol.
El deslumbramiento hacia todo lo que nos llega del Norte y la confusión entre «lo yanqui» y «lo moderno» son otros obstáculos que hemos de vencer. «Las transnacionales (subrayó Cintio) llevan consigo una evangelización de nuevo cuño: el modelo norteamericano de modernidad» que «solo puede ofrecer la desintegración, el descreimiento, el vacío». Por eso tenemos que distanciarnos, con Martí, de la modernidad mercantil capitalista y concebirla «como una modernidad otra o alternativa de la triunfante y pragmática (…) que pusiera la justicia por encima del éxito y fuera capaz de enderezar el progreso hacia la realización de las esperanzas latentes en nuestras raíces míticas y utópicas».
Cintio es admirable por muchas razones. Aunque sufrió incomprensiones, prejuicios y decisiones injustas, no confundió jamás las torpezas de funcionarios obtusos con la inmensa obra de la Revolución. Su honestidad a toda prueba, su patriotismo, su sensibilidad, su vocación de servicio, le permitieron fundir la doctrina del Cristo de los pobres con la causa de Varela, Luz, Martí, Fidel, el Che.
A diferencia de otros, se radicalizó invariablemente en las coyunturas más riesgosas. Siempre consecuente, siempre identificado con el destino de Cuba, de Nuestra América y de los humildes, sigue inspirándonos a cien años de su nacimiento.
En su ensayo de 1994 Martí en la hora actual de Cuba, nos legó estas líneas de angustia y compromiso:
«La Revolución (…) tiene que ver en cada joven desmoralizado, escéptico político, marginal o antisocial, un innegable y doloroso fracaso. (…) La Revolución no puede conformarse con decir que los que se lanzan al mar en embarcaciones frágiles y arriesgan las vidas de sus niños y ancianos: son delincuentes, son irresponsables, son antisociales. En todo caso son nuestros delincuentes, nuestros irresponsables, nuestros antisociales. La Revolución también se hizo y se hace para ellos. No puede admitir que sigan siendo subproductos suyos. Hagamos nuestro máximo esfuerzo por que la palabra de Martí llegue a ellos…».
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