Foto tomada del perfil de Facebook del entrevistado.
La historia de Carlos Lazo no empieza en 1965, año de su nacimiento, sino que — como la de toda una generación de cubanos — inició en 1959. Su niñez, su adolescencia, sus decisiones de juventud no pueden entenderse si no se comprende el entramado de contradicciones que se entretejen alrededor de la Revolución Cubana, de los procesos migratorios, del conflicto histórico entre Estados Unidos y la nación caribeña.
Para contarla no bastará nunca la estrechez de una entrevista. Habría que indagar en la vida cotidiana — década de los sesenta y setenta — del reparto Jaimanitas, ubicado en la costa norte habanera, donde nació y creció. Sería necesario, también, conocer qué impulsó a su hermano a irrumpir en la embajada de Perú en 1980 y solicitar asilo en el país andino; o qué motivó a su madre a viajar a Estados Unidos, establecerse en Miami y desde allí reclamar a sus hijos; o qué ideales tenía aquel padre que prefirió quedarse en Cuba apostando por el futuro del socialismo.
El relato quedaría inconcluso si no mencionamos que con apenas 23 años, en 1988, hizo su primer y fallido intento de salida ilegal del país; o que concretó su sueño de llegar a Estados Unidos, otra vez en balsa, tres años después, dejando atrás a sus dos pequeños hijos.
De toda esa historia, la más reciente es quizás la más conocida. Sí, porque después que se hiciera viral el video de él y sus alumnos cantando «Cuba, Isla bella», de Orishas, en 2018, su nombre empezó a aparecer con sistematicidad en los medios de comunicación. Cuando semanas después del tornado que trastocó la noche habanera el 27 de enero de 2019, llegó con donativos a la barriada de Lawton, ya no era un desconocido.
Los que estuvimos en noviembre de 2019 en el Teatro «Karl Marx», no imaginábamos que entre los invitados al concierto de Buena Fe estaría Fábrica de Sueños, el proyecto protagonizado por Carlos Lazo y sus alumnos; adolescentes norteamericanos que no solo aprenden español, sino que descubren la música y la cultura cubana gracias al esfuerzo de un profesor que se ha empeñado en construir «Puentes de amor» entre ambas orillas.
Y uno pudiera pensar que con tantos buenos sentimientos, en un corazón como el suyo no hay espacio para el odio. Sin embargo, cuando al calor de esta entrevista recordamos que no pudo concretar su sueño de estudiar Medicina por los prejuicios políticos que sobre él pesaban y mencionamos el año que estuvo en prisión luego de su primer intento de salida ilegal, descubrimos que durante mucho tiempo el odio se apoderó de él.
«Pasé muchas situaciones desagradables, que en parte fueron fruto de los tiempos que se vivían, de las dinámicas de la sociedad cubana de aquel momento. Y sí, sentí odio. No escapé de esas fuerzas que tiran para un lado con fuerza extrema. Terminé odiando a este país, a este pueblo; no me da pena decirlo porque hoy lo amo con tanto cariño y lo llevo tan dentro, que creo que el peso que puse en el amor, pulverizó hasta el último centímetro de odio».
Cuando llegó a Estados Unidos fue parte de esa herencia anticubana que respira la ultraderecha de la Florida. Sería una sincera y emotiva conversación con su papá, en 1994, la que removería sus pasiones.
«Mi padre me visitó en 1994. En medio de nuestros acalorados debates le dije que estaba a favor de que apretaran las sanciones contra Cuba. Recuerdo su respuesta: “Mijo, tú no puedes ser así, esa es tu familia, esos son tus vecinos”. Lo dijo de la misma manera que me hablaba cuando estaba enseñándome a nadar: “así no, mejor hazlo así”, como cuando me daba un consejo. Y aquello tocó mi conciencia».
Meses después su padre enfermó. Momentos antes de su muerte, Carlos pudo regresar a La Habana por primera vez después de su partida. «Entrar, estar en mi barrio… ya no pude regresar al camino del odio, no pude desearle mal a esa gente que me habían criado, que habían estado conmigo toda la vida, y que me recibieron con tanto cariño. De ahí en adelante aquel odio fue historia pasada. Decidí estar al lado de mi gente, y que la política nunca iba a ser algo que me separara de lo esencial: el amor, la familia».
Después de unos cuantos años viviendo en Miami, y decidido como estaba a sacar de su interior cualquier sentimiento que no fuera de afecto hacia los suyos, decidió mudarse a Seattle. Quería mejorar en lo económico, alcanzar su potencial como ser humano, estudiar y alejarse del odio, según sus propias palabras. Llegó a esta ciudad en 1998. Por esos años allí lo mismo se presentaba el Ballet Nacional de Cuba, que ofrecían un concierto los músicos del Buena Vista Social Club.
«Ocurría allí a teatro lleno, con las personas participando, divirtiéndose, teniendo un momento de alegría sana. Sin embargo, eso no pasaba en Miami. Estar lejos de Cuba, pero al mismo tiempo sentirme cerca culturalmente hablando, fue uno de los atractivos de Seattle. Se vive un ambiente solidario, progresista; son razones por las que fui hasta allí; donde llevo viviendo más de 20 años».
Traigo oxidado el corazón, me hace falta cuerda,
mi alma necesita transfusión, sangre de mi tierra.
Regreso a la cuna que me vio nacer,
regreso a ese barrio que me vio correr;
lo que fui, lo que soy y seré, por mi isla bella.
Orishas puso la letra y la música; Carlos Lazo tuvo la iniciativa de cantarla con sus estudiantes; internet y las redes sociales hicieron lo suyo y el video del coro se hizo viral: un profesor cubano-americano se valía de la música para promover sus mensajes.
«Después de que se hiciera viral la canción, y de que viniéramos a La Habana a traer donaciones cuando el tornado, me he visto envuelto de manera más grande en el afán por tender puentes de amor entre nuestros países. Esos fueron los cimientos de lo que ahora hago; la canción fue la punta del iceberg. Desde hacía varios años en mi aula la cultura cubana era una parte esencial del currículum. Antes de eso, ya habíamos visitado Cuba, en un intercambio cultural con niños cubanos, que no fue tan conocido en ese momento».
Iraq también influyó en su activismo político. Sí, porque Carlos se vio enrolado como enfermero en ese conflicto bélico. Al regresar de la guerra, en 2005, no pudo viajar a Cuba a visitar a sus dos hijos porque la Administración Bush había aprobado nuevas restricciones que permitían a los cubanoamericanos visitar la Isla una sola vez cada tres años.
«Regreso y me encuentro que por esas medidas no podía ver a mis dos hijos. Entonces me convertí en una voz de las tantas que pidieron el levantamiento de aquellas sanciones. Incluso, terminé testificando en el senado estadounidense, pidiéndoles a los políticos, al presidente, que levantara las restricciones. Desde ese momento, y en estos últimos casi 20 años he sido lo que soy hoy, solo que, a raíz de la canción en 2018, se ha conocido más mi trabajo. Por eso, a partir de que Donald Trump arreciara las medidas contra la familia cubana, he tenido un rol más público. De cierta forma me he convertido, y me han convertido, para bien o para mal, en una bandera de la gente que lucha por puentes de amor».
Cuenta Lazo que mientras veía un documental de Michael Moore, el año pasado — el cineasta argumentaba cómo ocurrían eventos singulares que hacían que la gente empezara a ver las cosas diferentes, como chispas en la oscuridad que prendían un fuego — , se levantó del sofá y le dijo a sus hijos que correría desde Seattle hasta Washington, unos cinco mil kilómetros — tipo Forrest Gump, me dice — . Después de que sus hijos apuntasen que aquella idea era una locura, decidieron hacer el trayecto en bicicleta.
«Cuando supimos que el presidente Biden, seis meses después de su toma de posesión, aún no levantaría las medidas impuestas por Trump, decidimos hacer algo que llamara la atención de la opinión pública, que nos conectara con el pueblo americano. Teníamos como antecedente la anterior bicicletada, pero esta vez debía que ser algo mucho más dramático. Entonces dije: «Pues vamos a caminar desde la cuna donde radica la mayoría de los cubanos que viven en el exterior hasta Washington DC para llevar el mensaje de que los cubanoamericanos y el pueblo norteamericano quieren que se levanten esas sanciones que pesan sobre Cuba».
Y llegaron hasta la mismísima Casa Blanca.
«Allí hicimos un acto multitudinario en el que participaron 400 o 500 personas. Fue muy bonito, simbólico. Llevamos con nosotros 27 000 firmas que se entregaron en el Departamento de Estado y que llegaron a la Casa Blanca. Aunque siguen las medidas ahí, fue una acción importante. Seguimos como el pitirre: pinchando, pinchando, pinchando…y tanto va el cántaro a la fuente hasta que se levanten las sanciones; no me cabe duda de que lo vamos a lograr».
Sobre ese tema, Carlos ha conversado con varios congresistas que están a favor de su levantamiento. Sin embargo, califica como un diálogo imposible, y casi inexistente, el que ha intentado sostener con las personas que las apoyan.
«El modus vivendi de algunos de estos congresistas es gracias a las sanciones. Recuerdo que en una ocasión intenté conversar con el senador Ted Cruz. Son personas que están por el odio, por la mano dura, no tienen intención de dialogar. Viven en una industria que gana dinero gracias a la enemistad entre nuestros pueblos, son parte de programas que dedican millones de dólares todos los años a tratar de tumbar al gobierno cubano; todo eso se traduce en dinero para programas federales que termina muchas veces en Miami, y ayuda a la reelección de los políticos. Es un círculo vicioso terrible que hace imposible el cambio de la política hacia Cuba».
Los recientes sucesos del 11 y 12 de julio en la Isla han evidenciado cuán politizada vive parte de la emigración cubana en la Florida. Algunos llegaron a solicitar la intervención militar de Estados Unidos. Para quien fue testigo de los bombardeos en Fallujah, esta solicitud está totalmente fuera de lugar.
«Las personas que solicitaron intervención en Cuba no saben de lo que están hablando. Yo vi las bombas caer, estuve en la guerra, he visto niños muertos en las calles. Es muy fácil, y muy irresponsable, hablar desde un teléfono o desde la comodidad de tu casa, y pedir dolor, hambre, necesidad, y bombas para otros. Cuando uno ha visto la guerra, el desastre que deja en una nación, y en las personas que logran sobrevivir, uno no desea eso para nadie, y menos aún para su pueblo. Hay mucha gente buena que está atrapada en una propaganda de odio. Y los entiendo, porque yo también lo viví, pero también sé que es posible regresar de ahí. Quiero creer que esos cubanos están confundidos en este mundo de posverdad, donde se pone tanta basura en las redes, donde se incita al odio; van a regresar de ahí, de la misma manera en que yo regresé del odio, porque en algún lugar les habita la ternura».
A pesar de este hostil escenario, Carlos Lazo es optimista, piensa que en un futuro podrían disminuir los rencores y la migración sería entendida y asumida desde ambas orillas como un proceso natural, sin tanta carga política de por medio.
Imágenes de la más reciente visita de Carlos Lazo a Cuba.
«Creo que eventualmente la migración cubana, el pueblo y el gobierno en la Isla se van a entender. Ese es el único camino, 60 años de confrontaciones han probado que eso no lleva a nada provechoso para los pueblos. En el caso de los cubanos que vivimos fuera de Cuba, hay un mar de odio, de desinformación, de propaganda que demoniza al que vive dentro, que llama a la violencia. Eso requiere que existan políticas, lo mismo en Estados Unidos como en Cuba, que beneficien esos contactos y que incentiven las relaciones entre los cubanos de afuera y los cubanos de adentro».
¿Tienes esperanzas de que Biden retome la agenda de intercambio y entendimiento trazada durante la Administración Obama?, le pregunto casi al cierre de nuestro diálogo.
«Si no la tuviera, no estaría haciendo esto. En algún momento van a ser tantas las voces, que Biden va a hacer lo que prometió: retomar la política de Obama hacia Cuba. Sé también que estos son procesos que no se toman un día, ni dos. Recuerdo cuando empezamos nuestra lucha para quitar las medidas que había impuesto Bush en 2004 y que no se quitaron hasta el 2009 cuando llegó Obama, algo que no fue casual, sino fruto del trabajo de muchos activistas que levantaron las voces y protestaron. No sé el tiempo que nos tome, pero sé que al final, el amor, la familia, lo correcto, el sentido común, se van a imponer».
Y así concluimos esta conversación a distancia con un cubanoamericano a quien el optimismo lo lleva a soñar un futuro de colaboración médica, económica, social entre los dos países; no solo como vecinos sino como amigos, basado en un mutuo respeto donde no se viole la soberanía de ninguna nación. «Un pedacito de eso que anhelo, lo vivimos cuando Obama inauguró una nueva política hacia Cuba. Ojalá vuelva a ocurrir. Es un futuro que deseo, no solo para Cuba y Estados Unidos, sino para toda la humanidad. Ese es el futuro por el que vale la pena luchar para nuestros hijos».
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