Apuntes para una organización de la actividad cultural más creativa y eficaz


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I.- La Organización de la Actividad Cultural (OAC) como proceso creativo.

Cuando diversas evidencias indican que se ha logrado un sano consenso en torno a que la Cultura no se dirige, y a la par que se ha fortalecido la noción de que en tal caso de lo que se trata es de favorecer su desarrollo, también pareciera advertirse una creciente conciencia de la necesidad de asumir con mayor rigor cierta organización que viabilice los procesos culturales y la actividad que los mismos generan.

Si bien existe un criterio bastante extendido y compartido de lo que se entiende por actividad cultural, e intuimos que la misma requiere de una organización para lograrse, aun los propios profesionales del sector cultural muchas veces  prestan insuficiente atención a tal labor organizativa como proceso creativo, por lo que en ocasiones resulta limitada a tareas rutinarias, cuando más acompañadas de algunas nociones técnicas y administrativas, con lo cual se limita el alcance y la efectividad, tanto del ejercicio de planeación como de la propuesta cultural que ha de resultar del mismo, desnaturalizándose su esencia.

Por otra parte, aún se requiere estar atentos a posibles vestigios de restringir lo cultural sólo a las expresiones artísticas, llegando en ocasiones a identificar como “actividad cultural” apenas al momento artístico de toda una jornada dedicada esencialmente a la Cultura. En esta dirección, vale subrayar que todo aquello que reduzca la comprensión cabal del concepto de Cultura, así como el alcance de los procesos culturales -inmersos en las complejidades humanas y sociales que les son inherentes-, actuará contra los fines que perseguimos.

De ahí la importancia de entender, asumir e implementar la organización de la actividad cultural (OAC), en todo momento y en todas las instancias, como un proceso creativo, puesto en función de favorecer el desarrollo cultural.

II.- Siempre orientados por el sentido fijado en nuestra “brújula”.

Toda actividad cultural, siempre y de alguna manera, aportará saldos en diversos campos y con muy variados signos, de ahí la importancia de cuidar su sentido, pues su distorsión pudiera llevar a resultados opuestos a lo previsto. Asumida esta complejidad, la OAC deberá entonces procurar ante todo que esos saldos tributen a los objetivos deseables y perseguidos. De ahí la relevancia de concientizar y hacer explícitos tales objetivos, que a manera de una brújula imaginaria ha de guiar la aproximación a los fines y sustentar la elaboración de las propuestas y del plan que deberá resultar de ese ejercicio organizativo y a la vez esencialmente cultural.

Por supuesto que nada parte de cero, y menos un proceso de desarrollo cultural, en que la historicidad de ese proceso y los antecedentes de sus actores desempeñan un relevante papel; como tampoco puede ignorarse el contexto específico en que habrá de emprenderse la labor cultural. Al delinear tal contexto deberán considerarse todas las dimensiones económicas, sociales y ambientales significativas, destacando siempre las dimensiones identitarias de quienes asumen el protagonismo de tal proceso de desarrollo cultural.

De ahí la importancia de contar con un adecuado y actualizado diagnóstico, a manera de mapa general, que nos permita conocer lo mejor posible de dónde venimos, dónde estamos y en particular a dónde nos dirigimos, y a dónde aspiramos llegar, a partir del rumbo fijado por nuestra brújula. Tal diagnóstico nos deberá revelar las necesidades y aspiraciones identificadas por sus actores, y de manera especial sus potencialidades susceptibles de activar, que al devenir factores del desarrollo cultural endógeno, harán que el proyecto resulte viable y sostenible.

En ese complejo entramado es que habremos de discernir y fijar el rumbo, expresado mediante los objetivos que -a partir de los propósitos, y también de esas potencialidades-, finalmente resulten identificados, los cuales constituirán una imprescindible guía, si bien susceptible de atemperarse en todo momento a las dinámicas que emerjan y se vayan construyendo en el propio quehacer. Tales objetivos pudieran reunirse, según su énfasis principal, y cuidando siempre no devengan absurdos estancos, en dos grandes grupos: socioculturales e ideoestéticos.

Entre los socioculturales, de ese ejercicio podrían resultar, por ejemplo, el uso sano, culto y útil del tiempo libre; la elevación del bienestar general y nivel cultural de los individuos, grupos y la comunidad en general; la transformación de ciertos patrones de conducta que afecten el desarrollo. Dentro de los ideoestéticos pudieran surgir, entre otros, el cuidado y fomento de la diversidad cultural e interculturalidad; la educación estética que favorezca el acceso y un mayor disfrute de las distintas expresiones de las manifestaciones del arte y la literatura; la formación de valores mediante una aproximación a la historia y a la memoria colectiva.

Como puede comprenderse, este momento de la identificación y elaboración de los objetivos resulta cardinal, sobre todo cuando tomamos en cuenta la variedad de interrelaciones existentes entre la Cultura y la gestión cultural con importantes aspectos que condicionan el alcance real de un desarrollo sostenible (empleo, hábitat, pobreza, género, inclusión social, grupos etarios, migraciones, salud, medio ambiente, etc.).

Vale advertir que cada vez resulta más apremiante asumir enfoques, elaborar propuestas y acometer acciones culturales que tomen en cuenta y favorezcan tanto la intersectorialidad como la transversalidad, único modo de ser consecuentes con cómo se presenta la realidad y se desempeñan quienes en ella actúan, pero además único modo de hacer valer el papel de la Cultura y aportar con eficacia lo que ella puede y ha de tributar al desarrollo sostenible.   

Son múltiples los caminos y modos por los que es posible avanzar y lograr los objetivos que hayamos definido para nuestra labor, sin embargo, debemos cuidar no apartarnos de esos propósitos centrales. Aun cuando los apremios, la escasez de recursos de cualquier índole, e incluso ciertas tendencias sociales nocivas, como la complacencia o el voluntarismo, tiendan a inducir alternativas u opciones que nos desviarían o apartarían del camino, habrá que ponderarlas con rigor y defender, con argumentos y también con firmeza, la ruta indicada por nuestra “brújula”.

Nunca olvidar que asumimos un ejercicio organizativo que ha de contar, entre sus aliados imprescindibles, con la ética y el compromiso, como también con el realismo y la creatividad. Y comprender que éste ha de ser un ejercicio ajeno a cualquier tendencia tecnocrática, de manera que se eviten errores y se impidan concesiones que retrasen, adulteren o impliquen retrocesos en ese camino.

III.- La noción espacio-temporal en la OAC.

Siempre que acometamos la OAC, espacialmente estaremos privilegiando uno de estos ámbitos: una institución o un territorio, si bien existe entre ambos una interrelación que hemos de considerar y estimular. Al organizar la actividad cultural centrándonos en una institución, deberá considerarse el entorno donde la misma está enclavada, consustancial a la misma, y cuyos actores han de participar en el diseño de la propuesta específica, nutriéndose de los objetivos generales de ese tipo de institución (casa de cultura, escuela, museo, etc.), de manera que el proyecto resultante se asuma como propio por parte de esas personas, de los grupos y la comunidad, y nunca como una aportación exógena.

De otro modo, si para acometer dicha organización nos centramos en un territorio (comunidad, barrio, distrito, municipio, etc.), noción que para nada podrá asumirse como una abstracción, entonces deberán tenerse en cuenta las instituciones que en él radican, a la par de la presencia de expresiones no formales del entramado social. Tanto unas como otras, consideradas en su especificidad, constituyen importantes recursos que -de diversas maneras y hasta donde les resulte factible- se habrán de implicar y devenir actores de la actividad cultural que allí se geste y organice, de manera que resulte y sea asumido como proyecto endógeno.

Complementa la dimensión espacial la consideración y determinación del espacio físico concreto en que se desarrollarán las acciones, lo cual supone un conocimiento del entorno y de las instalaciones en particular, así como una evaluación de las características físico-ambientales de esas diferentes opciones de espacios, tanto abiertos (plazas, parques, etc.) como cerrados (teatros y salas, galerías, etc.), espacios más públicos o más privados, más informales o más solemnes,  todo lo cual deberá tenerse en cuenta e influirá a la hora de considerar y determinar su empleo en acciones culturales específicas. Un inventario documentado de todos esos espacios resulta imprescindible a la hora de acometer la OAC, tanto de una institución como de un territorio.

Por otra parte, la AOC también habrá de considerar la dimensión temporal, que no podrá estar divorciada de las características asociadas al espacio en que se actúa, de ahí la importancia de concebir, como base general de cualquier planeación en materia de actividad cultural, esta dimensión espacio-temporal. En un primer momento aparece el período para el que se planifica el programa, plazos que a su vez podrán concatenarse y desagregarse entre sí (anual, mensual, semanal, etc.), en dependencia de las posibilidades, exigencias y objetivos de dicha planeación.

Otra noción sumamente importante es la frecuencia, que nos mostrará, en primera instancia, si se trata de una acción permanente, periódica, o eventual. Entre las permanentes destacan aquellos servicios que de manera regular se brindan (visitas, salas de lectura, etc.), sólo sujetos a determinados horarios.

Las acciones periódicas contemplan aquellas que se reiteran con determinada frecuencia (un día específico dentro de la semana o el mes, por ejemplo), resultando habituales, propiciando así hábitos en los públicos a los que se dirigen, que tenderán a hacerse asiduos. Su diseño ha de fijar algunas características esenciales que permitan identificarla como tal, y aunque su contenido específico lógicamente podrá variar no deberá desdibujar la esencia de la propuesta.

Por su parte, las acciones eventuales, asociadas a posibilidades o intenciones específicas o coyunturales, como suelen ser los eventos y celebraciones, deberán colocarse adecuadamente en el conjunto del plan general, de manera que resulten coherentes y enriquecedoras.

En todos los casos, los horarios de realización deberán ser estudiados y determinados a partir de los objetivos y características de la actividad, sus públicos potenciales y deseables, las condiciones físico-ambientales del espacio y su entorno, así como cualquier otro elemento que se considere relevante.

Si bien la calidad ha de ser premisa de toda propuesta que tribute a la actividad cultural, otros aspectos también resultan relevantes, entre los que destaca el respeto a lo anunciado, tanto en contenido como lugar y horario, y evitar a toda costa la cancelación de una acción, que de resultar inevitable deberá comunicarse enseguida y explicarse de la mejor manera posible.

IV.- Siempre habrá que hacer crecer los recursos.

Los recursos, en la generalidad de los emprendimientos en cualquier campo, nunca resultan o parecen resultar suficientes para lograr lo deseado, y en el ámbito cultural esto es mucho más frecuente aun. Tal realidad exige que a la hora de acometer la OAC hagamos el balance de recursos también con un sentido creativo, pues poco aporta al proyecto declarar que hacen falta más recursos, casi siempre inexistentes, cuando de lo que se trata es de identificar y poner en valor un arsenal de recursos que son los que en definitiva distinguen el quehacer cultural respecto a otros.

Fijemos ante todo que no es cuestión sólo de los recursos financieros asignados o gestados, pues todo cuanto esté disponible o logre alistarse para ser empleado en ese proyecto cultural posee un valor. Así vamos a contar, junto al presupuesto, con los bienes muebles e inmuebles, los objetos y obras de arte o patrimoniales, todos los recursos humanos que representa el personal identificado para concebirlo y ejecutarlo, con sus saberes y experiencias, a lo que se añade el valor de las sinergias y la cooperación, tanto mediante las relaciones inter-institucionales como incluso las inter-personales, ambas siempre presididas por la ética que corresponde.

También se cuenta, aunque muchas veces sea soslayado o inadvertido, el valor que tributan quienes han de gestar, apropiarse y dar vida a ese proyecto cultural, que no sólo aportarán sus expectativas, sus memorias y experiencias, sino también insospechados “recursos” de muy diversa índole; personas, líderes, grupos y organizaciones comunales y sociales que son mucho más que “beneficiarios” o “destinatarios”, a quienes les asiste el  legítimo derecho de ser parte activa y decisoria de lo que se proyecta hacer, que poco significará y perdurará si no resultan sus verdaderos protagonistas.    

Se hace imprescindible familiarizarse y asumir nociones tales como gasto, inversión, ahorro, generación de ingresos, procuración de fondos, rentabilidad, eficiencia, entre muchos otros, pues todos son conceptos válidos a la hora de diseñar, desplegar y evaluar una actividad cultural, cuyo carácter no la exime de tomar en cuenta y actuar conforme a los elementos económicos que rigen toda gestión.

A propósito, sin embargo, hemos de concientizar que quizás la peculiaridad que mejor distingue el quehacer cultural respecto a la gestión de otros sectores, es la relevancia que en la Cultura se concede y adopta la noción de eficacia, entendida y “medida” en virtud del apego mantenido y el aporte real logrado respecto a los objetivos perseguidos, esencialmente culturales, que le dieron origen.

V.- Tres puntos definen un plano… también para una eficaz OAC.

Como sabemos, nunca un mueble de tres patas cojeará, pues sus tres puntos de apoyo definen el plano imaginario en que se asienta. De igual modo, en la OAC identificaremos los tres puntos de apoyo que sostendrán y asegurarán el equilibrio y la estabilidad del proyecto cultural resultante. Esa es la connotación que concedemos a tres procesos que, si bien resultan habituales, muchas veces no logran entre sí la articulación y coherencia que aportarían una mayor efectividad a cada uno y, sobre todo, a la actividad cultural en sí. Tales procesos no son otros que la programación, la producción y la promoción -una suerte de triada pro actividad cultural-, los que en todo momento han de interrelacionarse y complementarse.

Programar es un verdadero arte si comprendemos su verdadero alcance, pues se trata de explorar, discernir y decidir -con la intencionalidad y profesionalidad que tal responsabilidad exige- las acciones que deberán ser consideradas como parte de la activación cultural que se propone la institución o el territorio en cuestión.

Como orientación general, valga el ejercicio de encontrar respuesta a preguntas tales como: qué acciones pueden contribuir más y mejor a los objetivos que perseguimos; entre ellas, qué opciones específicas pudieran considerarse; qué acogida podrían tener en los públicos a los que debemos o deseamos dirigimos; cuáles son esos públicos, sean cautivos o cercanos, nuevos o difíciles de conquistar; qué espacio sería más apropiado; qué frecuencia y qué horario deberían privilegiarse para las mismas.

En ese complejo ejercicio, valga recordar que resulta necesario estar alertados de ciertas tendencias, en ocasiones sutiles, que bien por impericia o facilismo terminan haciéndole el juego al voluntarismo y la complacencia, que no pocas veces minan el rigor y la efectividad de esta labor. Resumiendo, sólo con una visión profundamente cultural se logrará asumir la programación como el reto intelectual que realmente supone.

Producir resulta un acto esencialmente creativo, y supone el pleno dominio de los objetivos que se persiguen, así como de las posibles opciones que la programación ha identificado como intereses o propuestas, pues en ambos sentidos sus aportes pueden resultar valiosos y en ocasiones decisivos. Por supuesto que aquí se conoce, mejor que en ninguna otra parte, los recursos necesarios y disponibles, de todo tipo, así como las maneras de su empleo óptimo y las formas expeditas de obtenerlos, asegurarlos y emplearlos, en tanto organizador por excelencia.

Por tanto, las preguntas más frecuentes están asociadas a: qué se requiere para alcanzar lo que se desea; qué se dispone de lo que se necesita; cómo podría accederse a eso que se necesita y no se tiene; cuál sería la manera más eficiente de su adquisición; qué contratos, acuerdos y permisos deben lograrse y cómo obtenerlos; cuáles han de ser el flujo y la ruta crítica que logren y aseguren la concatenación efectiva de todo el proceso, entre otras.

Deberá interiorizarse que la producción es parte indisoluble del proyecto cultural, en el que actúa no sólo como soporte y organizador por excelencia, pues siempre resultará sumamente valioso, y hasta podrá sorprender, el aporte que una producción bien informada, implicada y comprometida puede brindar.

Promover cultura siempre ha de hacerse desde la cultura y de manera culta. Pareciera tan natural que algunos pudieran considerar innecesario insistir en ello, mas no siempre se logra la coherencia entre el hecho cultural en sí y la atmósfera subjetiva que debiera acompañarlo, en aras de su mayor eficacia. La primera condición para ello será que la gestión de promoción esté dotada de un amplio conocimiento de lo previsto y de los fines que persigue; saber para quiénes se ha concebido, que son precisamente los que ahora debemos atraer; dominar dónde y cuándo tendrá efecto, cómo será el acceso y los requisitos para el mismo, si los hubiere.

Para que así sea, la promoción ha de ser parte activa de todo este trabajo de equipo, desde su gestación, de manera que prime en toda su gestión la claridad del mensaje, la intencionalidad y la direccionalidad que todo proceso de demanda. Tanto como la profesionalidad, el apego esencial a la cultura será determinante a la hora de concebir y decidir los contenidos, las formas y los medios a emplear en este relevante proceso.

Y si bien la formación de públicos ha de implicar una gestión más integral, sin dudas que desde la labor de promoción mucho es posible hacer a su favor, siempre que se hayan identificado los propósitos y las potencialidades que se pondrán en juego. De alcance profundamente humanista, sus resultados suelen ser altamente favorables y gratificantes, tanto para aquellos que adquieren esas nuevas capacidades de disfrute como para quienes se afanan en el desarrollo cultural de la población.

Por supuesto que la eficacia será mayor cuando se trabaja la formación de intereses, gustos, habilidades y hábitos en las edades tempranas, además de que no hay mejores promotores en una familia que sus pequeños y más jóvenes miembros, una vez se impliquen como ejecutantes o de cualquier otra manera en el acontecer cultural. Y por último, nunca olvidar que no habrá mejor promoción que la emanada de los propios públicos participantes, de ahí la importancia de lograr su satisfacción y estar atentos a sus opiniones y sugerencias.

VI.- Evaluar resultados y avances para fijar el presente y perfilar el futuro. 

Un repaso a lo antes expuesto reafirma la certeza de que la labor cultural implica la movilización de importantes esfuerzos, intelectuales y prácticos, así como de numerosos recursos, de muy diversa índole, que merecen y exigen que la misma se fundamente, se conciba y se realice con el rigor y el compromiso que logren una verdadera contribución a los fines que la animan, y en un plano más preciso, a aquellos objetivos que quedaron establecidos al encarar la organización de la actividad cultural (OAC) de una institución o un territorio.

Dicha contribución justamente demanda, y bien puede y debe ser asumida, una evaluación general, la que de manera natural y sistemática ha de realizarse al concluir toda acción cultural, como también al concluir un período significativo o un aspecto determinado del plan o proyecto del que se trate, según lo concebido o aconsejable. En ella resulta esencial la retroalimentación que brinden los actores-destinatarios, la cual siempre hemos de procurar y atender. Tal evaluación, además de ponderar la contribución brindada a los objetivos perseguidos, también aportará importantes elementos para enriquecer y actualizar el diagnóstico, así como permitirá revelar aciertos, desaciertos y valiosas experiencias para el quehacer futuro.

Llegado a este punto, merece subrayarse un importante precepto que debe estar presente, en todo momento y situación, entre los profesionales que participan de la organización de la actividad cultural (OAC), en cualquiera de sus facetas y tareas, incluidos por supuesto los programadores, productores y promotores. Y es el hecho de que su quehacer transita por la subjetividad de sus actores; por lo que todos los propósitos y procesos que se ponen en juego han de asumirse desde la perspectiva que les aporta estar mediatizados por esa subjetividad.

De ahí la pertinencia de subrayar la flexibilidad con que han de fijarse las previsiones, tanto de lo que habrá de suceder como de los resultados esperados, y mantenerse siempre atentos a los nuevos elementos que puedan emerger, en tanto obra eminentemente humana, los que estarían llamados a enriquecer la complejidad y elevar la eficacia del propio proceso sociocultural en curso, que los gestó.


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