América Latina en el periodismo martiano I
II
En el programa estratégico del periodismo martiano relacionado con América Latina, estaba contemplado resaltar la identidad cultural como defensa más eficaz para la construcción de la identidad nacional, y subrayar el decoro de los pueblos latinoamericanos mediante su riquísima economía, comercio y cultura, con las potencialidades de sus productos, junto a la exaltación de grandes hombres y mujeres que habían luchado por la independencia o defendían su cultura y nación. Velados y silenciados, deformados y manipulados, sesgados y usados convenientemente por una buena parte de la prensa de la época para intereses espurios, estos asuntos, mensajes y figuras apenas eran resaltados en los diarios en toda su dimensión. Se continuaba ─se continúa─ privilegiando la inercial visión colonial europea y estadounidense en la prensa, con una puja entre el surgimiento de las nuevas técnicas de manipulación propagandística yanqui, frente a un estrecho nacionalismo que poco a poco fue absorbido.
Los pueblos de las repúblicas latinoamericanas y caribeñas apenas estaban al tanto de sus verdaderos problemas, no sabían de su nuevo papel en la modernidad y conocían deficientemente a sus grandes hombres, mucho menos, a sus mujeres o a los líderes negros e indígenas. Escasamente se comunicaban entre sí, un obstáculo para identificar potencialidades en sus relaciones. El colonialismo castró la cooperación entre sus colonias y el neocolonialismo intentaba borrar esa posibilidad. Nuestros pueblos no estaban entrenados en las nuevas técnicas de la comunicación social que inauguraba la modernidad; mantenían prejuicios entre naciones más afines entre sí por idioma y cultura que con los del Norte, los recelos se alimentaban desde Washington y todos los intentos de asociación fracasaron hasta la centuria siguiente, porque no podía ser de otra manera frente a tantas dificultades y desmotivaciones maquinadas desde EE.UU.
Martí había estudiado en España y su primer contacto con la realidad latinoamericana ocurrió en México. Los conocimientos acerca de la sociedad americana los adquirió, sobre todo, mediante la lectura de periódicos y revistas de la región y de publicaciones europeas y norteamericanas; también, sucesivamente, desde sus vivencias en algunos de los países donde permaneció un tiempo, como el propio México, la indígena Guatemala, la mestiza Venezuela y los muy diversos Estados Unidos: tuvo un entrenamiento planetario, y específicamente continental, en los avances y dificultades de la modernidad luego evidenciados. El ejercicio de su periodismo completó una refinada comprensión social y política en algunos temas desde plataformas reales y no solo con lecturas. Reafirmaba que el objetivo de la prensa no era no solo informar, sino además investigar, analizar y hacer pensar con argumentos contrastantes, y, en su proyecto emancipador, tenía como prioridad combatir la colonialidad en repúblicas con alta dosis de candidez y desconocimiento, caudillismo y autoritarismo. Para lograrlo, debió prepararse y se entrenó en varios periódicos y en la actividad reporteril. México fue su bautismo de fuego.
Desde su primer viaje de Veracruz a Ciudad México en 1875, reflejaría en su cuaderno de apuntes su preocupación por los riesgos para la soberanía del hermano país como república; años después continuaba preocupado y ocupado por esos temas, desde EE.UU. Su intensa vida en la nación mexicana resultó decisiva para interpretar la cultura de los pueblos aborígenes americanos, fue el primer encuentro con ellos, y entendió los límites entre asimilación y rechazo de estas culturas al proceso de modernización social y el ineludible avance de la modernidad europea-norteamericana que se imponía con la industrialización y la tecnología: afinar el reto colosal frente al gigante vecino en sus pretensiones de continuar ampliando sus dominios, fue tarea redentora. Redactor de la Revista Universal de México, colaboró en El Partido Liberal, y quizás como resumen de su experiencia, escribió uno de los ensayos más lúcidos y proféticos que se hayan publicado sobre la región: “Nuestra América”, fechado en 1891.
En EE.UU., donde vivió gran parte de su corta vida y país que llegó a conocer muy bien ─a cuyo pueblo amó a sabiendas de que sus gobernantes no lo representaban cabalmente─, escribió numerosos y disímiles trabajos sobre asuntos latinoamericanos, en la gran mayoría de los casos, en español, pues se dirigía al público hispanoparlante, tanto en La América, primero como colaborador y después como director; en La Revista Ilustrada, El Economista Americano, El Porvenir y otras de Nueva York, o The Manufacturer, de Filadelfia, así como en publicaciones de otras ciudades. Además, en la nación norteamericana fue corresponsal de diarios latinoamericanos y, si bien atendió con esmero a México, uno de los principales polos culturales crecientes de la región, lo hizo además con Argentina, en especial desde La Nación, de Buenos Aires. Igualmente, mantuvo una activa corresponsalía con La Opinión Nacional, de Caracas, en que se publicaron sin firma bajo el título de “Sección Constante”, textos valiosos de muy difícil clasificación y notas de actualidad de cualquier sitio del mundo.
En esta intensa actividad periodística es impresionante la diversidad temática referida a la América Latina y sus vínculos con la otra América, la del Norte, y también, con las potencias europeas. Por su forma, unas veces se trataba de referencias o artículos, y otras, de artículos de fondo o ensayos de opinión, sobre temas o figuras importantes en las diferentes manifestaciones culturales o de la política, redactados con la exigencia precisa de un historiador, la profundidad humanista de los mejores sociólogos, el calado profético de algunos filósofos, la amplia cultura integradora del intelectual orgánico, la sabiduría de un buen estadista, la habilidad de economistas y comerciantes, y el equilibrio de un político convencido, como repitió muchas veces, de que la política es el modo de hacer felices a los pueblos. En todos estos textos resulta común la extraordinaria belleza del nuevo lenguaje del modernismo.
José Martí asimiló desde su aguda observación aspectos históricos, sociales, económicos, comerciales, jurídicos, artísticos, religiosos… de los pueblos latinoamericanos, transformados e integrados en su ensayismo en una fuente proteica de conocimiento por el espesor cultural de sus trabajos. Trazó la seductora vida y amable hospitalidad de países en que vivió un tiempo, como Guatemala; allí reparó en su simétrica capital, situada entre fertilísimos campos; llegó a llamar al país “California agrícola” y se asombró de la hermosura del quetzal del Quiché, que, “enamorado de su belleza”, muere en cautiverio. De Venezuela, donde había pasado también una temporada, apuntaría que era un país rico “más allá de los límites naturales”. De otros países que no había visitado, admiró sus pueblos trabajadores y emprendedores, como los argentinos y los chilenos; sobre estos últimos escribió en su cuaderno que “…ya en 1870 explotaban la mitad del cobre que utilizaba el mundo, ─ocuparon y laborearon el desierto árido de Atacama, donde hallaron guano, cobre y nitrato de sosa” (José Martí. Obras completas, cit., t. 21, p. 293).
La América, dirigida a los países latinoamericanos, fue la primera gran plataforma periodística esencial para conseguir la preparación de un programa estratégico dirigido a la región, con una perspectiva emancipadora de cara a los nuevos tiempos. Mediante artículos y ensayos sistemáticos lo intentó el Apóstol como colaborador, y especialmente a partir de 1884, cuando cambió de propietarios la revista: de E. Valiente Co., pasó a La América Publishing Co., con R. Farrés de presidente y el propio Martí como director. Desde junio del año anterior informaba: “Los Editores de La América, muy cargados de trabajo, me encomiendan que anuncie al público que desde hoy tomo una parte más directa y empeñosa en las faenas de este periódico” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 265). El Apóstol deja bien claro que los propósitos de La América bajo sus nuevos propietarios están dirigidos a auxiliar a productores y compradores de la América del Norte y del Sur, para que asistan mejor a sus respectivos intereses y pueblos, además de comentar novedades y productos nuevos.
El objetivo de acercar a las dos Américas en provecho mutuo y sincero, es bien claro: “Los países de la América del Sur, que carecen de instrumentos de labor y de métodos productores rápidos, experimentados y científicos, necesitan saber qué son, y cuánto cuestan, y cuánto trabajo ahorran, y dónde se venden los utensilios que en esta tierra pujante y febril han violentado la fuerza de la tierra, y llevado a punto de perfección el laboreo y transformación de sus productos. // Los productores de América del Norte, que por engañosas leyes prohibitivas han venido a producir más artefactos de los que el país requiere, sin que el costo de producción, por lo subido de la tarifa importadora, les permita sacar sus artefactos sobrantes a los mercados extranjeros, ─están hoy en necesidad urgente y concreta de exhibir y vender a bajo precio a los mercados cercanos de América lo que en el suyo les sobra, y con la nueva producción, sin demanda correspondiente que la consuma, ha de continuar acumulándose sobre el actual sobrante” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, pp. 266 y 267). Desinformación y proteccionismo constituyeron las primeras dificultades para desplegar los propósitos de La América en ambos riberas del río Bravo. El comercio justo es imprescindible, como el riesgo sin ingenuidad; esta realidad fue vista por Martí: “Hay provecho como hay peligro en la intimidad inevitable de las dos secciones del Continente Americano. […]. De nuestra sinceridad, nuestro acento responde.” (Ibídem, p. 268).
Algunos temas de la agenda martiana se desplegaron en La América con una intensidad notable entre 1883 y 1884. La educación fue uno de sus asuntos prioritarios. La posible mecanización de la agricultura en América Latina se constituyó en una de sus obsesiones; en agosto publicó “A aprender en las haciendas”, un artículo que alertaba sobre este apremio: “…hay que introducir en nuestras tierras los instrumentos nuevos; hay que enseñar a nuestros agricultores los métodos probados con que en los mismos frutos logran los de otros pueblos resultados pasmosos. […]. Urge cultivar nuestras tierras del modo que cultivan las suyas nuestros rivales” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, pp. 275 y 276). Exaltaba la educación científica con tres requisitos: que sirva a sus pueblos, que sea pública y que se haga tradición en la enseñanza elemental: “Que la enseñanza científica vaya, como la savia en los árboles, de la raíz al tope de la educación pública.─ Que la enseñanza elemental sea ya elementalmente científica: que en vez de la historia de Josué, se enseñe la de la formación de la tierra” (Ibídem, p. 278).
La mecanización y la tecnología para el desarrollo económico próspero, especialmente el agrícola, se instauraban en la vida moderna como una urgencia; el fomento del aprendizaje en los talleres se constituía como una prioridad. Martí pedía que se enseñara más Física y menos Teología, más Mecánica y menos Retórica, y que la Lógica dejara la hojarasca confusa teórica, para ir más a los fundamentos prácticos agrícolas y técnicos. Los artículos “Escuela de Mecánica” y “Escuela de Electricidad” estimulaban las enseñanzas de materias como el magnetismo y la electrodinámica, y pedían una modernización de las universidades: “Al mundo nuevo corresponde la Universidad nueva” (Ibídem, p. 281). Se ocupaba en demostrar la importancia de las escuelas de artes y oficios, y del trabajo manual, porque “la felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes” (Ibídem. p. 284), y tomaba los ejemplos de la Escuela de Agricultura de Michigan o de otra de Carolina del Norte. En ese contexto y en el artículo “Maestros ambulantes”, vincula la cultura a la libertad: “Ser culto es el único modo de ser libre” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 289); pero no lanza esta famosa frase para simplemente enseñar conocimientos, sino que enfatizaba: “… se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia, y crear para ella un cuerpo, que no existe, de maestros misioneros” (Ibídem, p. 291).
Quien había vivido un tiempo en Europa y en países de las dos Américas, sabía lo que América Latina desperdiciaba con sus sistemas sociales obsoletos heredados de España, con su fertilísima agricultura, con caudalosos ríos y clima para todos los cultivos durante todo el año. Desde Nueva York el Apóstol veía que salían “…barcos cargados de arados: vuelven cargados de trigo” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 297). Sabía que ese era el camino de la dependencia. Consideraba que el abono era como la sangre de la tierra, por lo que alertaba: “En agricultura, como en todo, preparar bien ahorra tiempo, desengaños y riesgos. La verdadera medicina no es la que cura, sino la que precave: la Higiene es la verdadera medicina” (Ibídem, p. 298). Instaba a tener en cuenta la industria nueva de los abonos, un olvido desde entonces en nuestros pueblos, pues fue, y es, más fácil comprarlo. Conocía de la importancia de repoblar los bosques y le dedicó dos trabajos al tema: “México siembra su valle” y “Congreso forestal”, a propósito de un evento celebrado en ese país para cuidar y resembrar árboles en las ciudades.
Pero Martí no solo limitó su agenda periodística en La América al fomento de la ciencia y la técnica como factores esenciales para desarrollar la agricultura y la industria. Igualmente dedicó atención a letras, libros y bibliotecas; se propuso comentar cada mes un libro americano, y algunos fueron destacados, como Memorias de la independencia ─en que se resaltaban próceres como San Martín y O’Higgins─, un Diccionario tecnológico del erudito colombiano Rufino Cuervo, o la Fábula de los Caribes, del cubano José Ignacio de Armas. Cuestiones relacionadas con el arte aborigen americano ─incluido El Gregüence (sic), “…la única comedia original de autores indios conocida”─ y sus autores; las profecías en las obras indígenas, con sus ciudades perdidas como Uxmal y Chichén; la antigüedad del continente y de sus primitivos habitantes, entre otros asuntos, formaron parte de una colección que parecía dedicada a una enciclopedia.
Entre la gran cantidad de miscelánea e innovaciones tratadas: la importancia del carbón como fuente de energía, los cigarrillos de papel, un gimnasio en casa, la conexión del ferrocarril entre EE.UU. y México, los libros que debe estudiar un buen mecánico, inventos útiles ─como la incubadora de niños─, o inútiles ─como el “glosógrafo”─…, sobresale un tópico: la inmigración. En esta época, la principal inmigración a las Américas, y especialmente a EE.UU., venía de Europa. Una pequeña nota comentó sobre los campesinos italianos que arribaban a Buenos Aires; sin embargo, más llamó su atención la llegada a puertos estadounidenses no solo de inmigrantes de Italia, sino también de Irlanda, Bélgica, Francia, Suecia y Alemania. Para el Apóstol, la inmigración no constituiría un problema, sino una opción para el recién llegado, pero había que elegir bien su ubicación: “El conflicto vendría de acumular población excesiva en los centros grandes, pletóricos y lujosos de población, que no necesitan de ella. Hay aún mucha selva desierta, mucha llanura no labrada, mucha comarca impaciente de cultivo. Debiera exigirse a cada hombre, como título a gozar de derechos públicos, que hubiera plantado cierto número de árboles. Lo dicen los árabes, que hablan con el sol, ─maravillosos sabios: ‘Escribe un libro: crea un hijo: planta un árbol’” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 378).
Conocedor de las características generales de cada país, Martí sabía que italianos e irlandeses se disputaban los trabajos más rudos en América. Creía que los alemanes, con su esmerada educación, célebre laboriosidad, costumbres sobrias y vigor silencioso, se podían convertir en “invasores temibles”. Los franceses eran quienes más presumían, de ahí que, en uno de los artículos dedicados a trabajadores inmigrantes de Francia, señalara: “Ningún pueblo reúne en tanto grado las condiciones ideales a las prácticas. Ninguno goza tanto, ni trabaja más. ─Ninguno piensa más ni produce más belleza. […]. No hay pueblo en la tierra que tenga el monopolio de una virtud humana” (José Martí. Obras completas, cit., t. 8, p. 381). Y a propósito de la inmigración inculta y sus peligros, advertía: “No se debe estimular una inmigración que no pueda asimilarse al país” (Ibidem, p. 384). Estos criterios, con el paso del tiempo moderno y posmoderno, se complejizaron y dieron lugar a la creación de mitos y a la politización del tema, hasta llegar a una gran crisis, a veces dramática.
También llevaba a La América con sistematicidad reseñas de las numerosas exposiciones comerciales en EE.UU. Adelantos técnicos como la electricidad y los ferrocarriles, o un catálogo de productos de la modernidad que compilaba desde maquinarias hasta artículos de hierro y acero; las maravillosas castas de caballos expuestas en ciudades del norte ─como Nueva York o Boston─, o del sur ─como Louisville y Nueva Orleáns… Lo mismo reseñaba con su verbo entusiasta y elegante una feria permanente de frutos sudamericanos en Alabama, que otra de algodón en la Luisiana. Martí fue, sin dudas, un impulsador activo del comercio de productos y artículos entre las dos Américas y enfatizó, en varias ocasiones, en las ventajas de ponderar en los estados consumidores de la Unión las mercancías de los países hispanoamericanos. No solo creía que debían exponerse los productos fácilmente vendibles como el azúcar, el café, los cueros…, sino otros menos establecidos, como las plantas textiles, el universo de la farmacopea vegetal y los derivados de maderas tintóreas y aromáticas. Esa rara cualidad de convertirse en un gran promotor y publicista del comercio, apenas se conoce.
Continuará…
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