América Latina en el periodismo martiano I


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I

La función del periodismo a finales del siglo XIX se amplió y transformó con la llegada de la modernidad, y uno de los primeros intelectuales que contribuyó a ese cambio fue José Martí. La comunicación se desarrolló porque se abarataron las tecnologías, se asimilaron nuevos productos comerciales y aparecieron nuevos actores económicos, sociales y políticos que rompían con la tradición. La información y la manera de elaborarla por los medios, exigían innovación. Los mensajes utilizados en periódicos y revistas aspiraban a que se creyera en su independencia de los intereses privados que los sostenían, pero no era posible ocultar por mucho tiempo que la libertad de prensa se regía por la libertad de los dueños de los medios. Al diversificarse el acceso a fuentes, comenzó una lucha política e ideológica más compleja, y al mismo tiempo, de mayor nivel de elaboración del lenguaje escrito; se necesitaba llevar de manera más dinámica, y también más eficaz, los mensajes, que debían llegar al corazón del público, la mejor vía de sugestión para conquistar eficientemente los juicios de valor.

Martí fue testigo de esta transformación en los Estados Unidos en la década de los 80 del siglo XIX, país que ya llevaba el liderazgo de técnicas y códigos, incluidos el poder seductor del lenguaje periodístico en los argumentos y el acompañamiento de la imagen fotográfica o gráfica. El cubano conocía bien a la nación norteña, y por su vida de conspirador estaba al tanto de los verdaderos propósitos de la clase política dominante y del papel que desempeñaban los medios para esos fines. A su interés centrado en la independencia de Cuba, se añadió la necesidad del blindaje para la soberanía y la libertad de la Isla cuando fuera república, después de conocer las luchas intestinas de las débiles burguesías dependientes latinoamericanas, las experiencias europeas de recolonización en América y la preparación del imperialismo yanqui para su conquista del resto del continente. Los artículos, reseñas, informaciones, comentarios, crónicas, reportajes, ensayos… martianos sobre América Latina en la prensa tributaron directa o indirectamente a la emancipación de nuestros pueblos e intentaron alertar peligros patentes y latentes. El periodismo fue una de las vías más eficaces del Apóstol para dejarlos registrados, aunque también los hizo públicos oportunamente en discursos y, de manera privada y puntual, en cartas.    

Martí estaba al tanto de los acontecimientos más importantes de su época y recogía la realidad vivida en apuntes; después la exponía oportunamente en el periodismo, como parte de su estrategia política, bajo un lenguaje irresistible a la indiferencia. Se percató desde temprano de que el periodismo es examen real y opinión afectiva hacia los ideales, mezcla de componentes de lo objetivo y lo subjetivo para aproximarse a las verdades. No creía en la imparcialidad ni en la excusa inútil para no involucrarse en una opinión. Sabía que la censura, un ejercicio inevitable en cualquier lugar y tiempo, tiene la orientación de quienes solventan el quehacer periodístico, y por tanto, la ruta que siguen la propaganda y la publicidad conduce a ese fin; aun así, había algún espacio para la libre emisión de ideas dentro de cada entorno táctico, siguiendo ciertas alianzas y conveniencias políticas, cuestión esencial para aprovechar el periodismo de opinión. En esos resquicios se colocó Martí antes de poder financiar el periódico Patria como vocero del Partido Revolucionario Cubano.

El 8 de julio de 1875, en las “Escenas mexicanas”, de la Revista Universal de México, de la cual fue corresponsal, el joven intelectual cubano definía la función de la nueva prensa: “No es el oficio de la prensa periódica informar ligera y frívolamente sobre los hechos que acaecen, o censurarlos con mayor suma de afecto o de adhesión. Toca a la prensa encaminar, explicar, enseñar, guiar, dirigir; tócale examinar los conflictos, no irritarlos con un juicio apasionado; no encarnizarlos con un alarde de adhesión tal vez extemporánea; tócale proponer soluciones, madurarlas y hacerlas fáciles, someterlas a consulta y reformarlas según ella; tócale, en fin, establecer y fundamentar enseñanzas, si pretende que el país la respete, y que conforme a sus servicios y merecimientos, la proteja y la honre” (José Martí. Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 6, p. 263). Uno de sus principios para cualquier prensa, tuviera la orientación que tuviese, consistía en profundizar en temas y rechazar falsedades, para ser responsable en la veracidad; llamar a la concordia y al diálogo, y combatir la incitación a la violencia; educar bajo preceptos leales a principios para ganar consideración y respeto entre los lectores, y servir con una propuesta de soluciones, sin creer que fueran las únicas posibles o que con ellas se resolverían todos los problemas.

Estos fundamentos éticos y útiles de humanismo, junto a una visión pragmática de su ejercicio revolucionario, los cumplió con rigor en todos los medios para los cuales escribió, aun cuando debiera exponer aristas difíciles, mediar entre personalidades encumbradas no siempre de acuerdo con la totalidad de sus razones, o iluminar zonas oscuras, a veces no muy convenientes para la política que defendía el medio. Destacaba y sabía defender su verdad, sin ocultar, pero matizando, realidades evidentes del adversario. Aclarar señalamientos que no podía pasar por alto fue una práctica martiana, aunque debiera pagar, en ocasiones, un alto precio, y asimismo, señalar destinos esenciales en medio de confusiones y deslealtades, de intereses personales y prejuicios. Responder insultos con energía y lucidez, justicia y tacto, en ciertos momentos de manera indirecta, pero sin insolencia o injuria, fue una de sus especialidades. Examinar con sutileza temas económicos y tratar a determinadas personalidades difíciles de la política, también marcaron su periodismo revolucionario.

De la Revista Universal, en la que firmó una buena parte de los trabajos bajo el seudónimo de Orestes, diversos artículos dan respuesta a tergiversaciones y manipulaciones de la prensa hispanófila, como La Colonia Española y La Iberia, todavía con cierta influencia en México, que denigraba a la revolución de Cuba contra España; debió inaugurar esa labor de ofensiva contrapropagandística porque, como se conoce, la colonia todavía vivía en las excolonias. Asimismo, resultó muy complejo explicar las operaciones de la política de Washington para lograr su dominación en las nuevas condiciones que se estaban preparando, y lo hizo con profundidad, belleza, oportunidad y, a veces, con ansiedad apasionada. Como veedor del cambio del colonialismo a la dependencia neocolonial en la modernidad, alertó las disimuladas mutaciones planeadas desde el Norte.  

Uno de los temas a los que el Apóstol más tiempo y esfuerzo dedicó fue el de la Conferencia Internacional Americana ─denominada luego Primera Conferencia Panamericana, celebrada entre el 2 de octubre de 1889 y el 19 de abril de 1890, por iniciativa aparente de Colombia. A partir del 8 de noviembre de 1889 y hasta el 31 de agosto del año siguiente, Martí estuvo escribiendo sobre este suceso en La Nación de Buenos Aires, desde la llegada de los primeros delegados hasta la última sesión, el banquete de despedida y la firma de los “tratados de reciprocidad”. Cuando comenzaron a hablar los primeros delegados, se dio cuenta de los bandos formados: “Y mientras unos se preparan para deslumbrar, para dividir, para intrigar, para llevarse el tajo con el pico del águila ladrona, otros se disponen a merecer el comercio apetecido con la honradez del trato y el respeto a la libertad ajena” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6 p. 35). Y al informarse por la revisión de los diarios, del origen y los elementos que conformaron la invitación, así como de las sesiones, ratificó la estrategia de los delegados estadounidenses. Aquí brilló el estadista. El 19 de diciembre de ese año, publicó en La Nación de Buenos Aires: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 46).

No fue alarmista. Descubrió la realidad detrás de la leyenda del “panamericanismo”, ocultadora de los verdaderos intereses estadounidenses hacia el resto de América, maquinada desde la Secretaría de Relaciones Exteriores conducida por James G. Blaine. Se dio cuenta de que no se podían poner los negocios de los pueblos latinoamericanos en manos de su enemigo, pero en esta visión estaba casi solo. El interés de subordinación contaba con la simpatía e ingenuidad de algunos delegados latinoamericanos; incluso, con la complicidad de varios cubanos. Fue quizás el momento de mayor soledad y tristeza de su vida ─lo expresó en el prólogo de los Versos sencillos─, pues comprendió en la práctica que debía librar una batalla casi solo, y mucho más compleja y colosal que la independencia de Cuba, para la que se había preparado durante la década de los 80. La invitación yanqui al panamericanismo como jugada política para inaugurar las neocolonias, estimularía alianzas que terminarán en absorción económica y comercial. Y recordaba: “Walker fue a Nicaragua por los Estados Unidos; por los Estados Unidos, fue López a Cuba” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 62).

Mientras el Congreso funcionaba, Martí denunció que “el ministro Douglas negocia con éxito, su protectorado sobre Haití; Douglas lleva, según rumor no desmentido, el encargo de ver cómo inclina a Santo Domingo al protectorado: el ministro Palmer negocia a la callada en Madrid la adquisición de Cuba: el ministro Migner, con escándalo de México, azuza a Costa Rica contra México de un lado y Colombia de otro: las empresas norteamericanas se han adueñado de Honduras” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 58). Un senador lo había comentado ya casi al final de la Conferencia de Washington: “…dentro de poco todo el continente será nuestro” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 85). Le había nacido al continente el llamado “hermano grande”, que tendría derecho a entrometerse en la política de todos los demás gobiernos del hemisferio. Nunca se empeñó más un periodista en ofrecer en cuantiosas páginas todos los pormenores de un congreso. Las componendas y negociaciones acontecieron de forma intensa y sucesiva. Fueron múltiples y complejos los temas cruciales que se estaban manejando, desde el protectorado de Hawái hasta la propuesta a España, por parte del senador norteño Tall, de adquirir a Cuba: la mayor ofensiva neocolonial de la Historia.

Uno de los debates que dejaron al descubierto la verdadera política de Washington hacia América Latina fue la discusión sobre los arbitrajes y los tratados de comercio. En estos proyectos se ve claramente el papel de “hermano grande” o “gran hermano”, el real propósito de los yanquis, y se descubren las diferentes posiciones de los países ante dos caminos: la soberanía o la servidumbre. La Conferencia se cierra con los “tratados de reciprocidad” entre una nación poderosa y unida, y otras más pequeñas y desunidas, llamadas por el chileno Francisco Bilbao “Los Estados Desunidos del Sur”, con diferentes grados de debilidad y ministros al frente que tenían diversos intereses colectivos y privados. Los instrumentos para hacer cumplir los acuerdos estaban ya en manos de Washington después de los tratados y el arbitraje. Estados Unidos se convertía en juez y parte de posibles litigios futuros y se reservaba todas las ventajas comerciales. Solo faltaba imponer su moneda.

En las cartas que Martí envió a Gonzalo de Quesada, confesó su gran preocupación por el futuro de América Latina frente a los Estados Unidos. Desde noviembre de 1889 le escribía: “Cambiar de dueño, no es ser libre. Yo quiero de veras la independencia de mi patria” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 120). El 14 de diciembre de 1889, alertaba a su amigo: “Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla, a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres: Ni maldad más fría. […]. ¡Y hay cubanos, cubanos, que sirven, con alardes disimulados de patriotismo, estos intereses!” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p.128). Fue un iluminador, pues diez años después, cuando ya él no existía físicamente, se estaba cumpliendo esta profecía con la invasión de EE.UU. a Cuba, su ocupación militar y la firma del Tratado de Reciprocidad Comercial.

En el discurso pronunciado en la velada artístico-cultural a los delegados de la Conferencia, el Apóstol distinguía de modo sutil entre la América de Lincoln y la de Juárez, insistía en las diferencias entre el nacimiento de una “tierra del arado” y de otra con “el perro de presa”, y refuerza una idea todavía vigente, refiriéndose a “Nuestra América”: “¿Adónde va la América, y quien la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá sola” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 138). Todavía con mayor celo fue su participación en la Conferencia Monetaria Internacional Americana celebrada en Washington. Allí leyó un informe ─primero en castellano y después en inglés─ como delegado de Uruguay en la Comisión, el 30 de marzo de 1891. Entre 1889 y 1891 el pensamiento antimperialista martiano se consolidó con estos hechos comprobados. Refiriéndose a la Conferencia Monetaria de las repúblicas de América, en mayo de 1991, publica en la Revista Ilustrada un texto que hoy cobra extraordinaria vigencia; una vez analizado el recorrido histórico del injerto europeo de los EE.UU., y de los sucesos en la formación de esa nación, concluye: “Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto será nuestro, porque lo necesitamos’” (José Martí. Obras completas, cit., t. 6, p. 160). 

Este ensayo magistral ─y aquí sí cabe el adjetivo─ sobre la Conferencia Monetaria publicado en Nueva York, que debían leer todos los que aspiran a ser políticos en América Latina, explica con lujo de detalles el nuevo colonialismo, una vez que se imponga la moneda. Allí se despliega a fondo el pensamiento martiano acerca de algunos problemas de las relaciones políticas entre un Estado poderoso y otros débiles. Ilumina la realidad por sobre la apariencia y explica detenidamente el empleo del arte de la política para sortear situaciones en desventaja. El Apóstol no deja de alertar sobre la previsión como cualidad esencial en el ejercicio político y de gobierno, interno y externo, y la imprescindible unidad para enfrentar lo que él llamó “derecho bárbaro”; mostró los vínculos entre economía y política, y la necesidad de ser libres en negocios. Con la imposición del dólar estadounidense en las relaciones comerciales, se cerraba una ofensiva para los nuevos tiempos. El prócer cubano previó todos estos y otros peligros, cuando estaban naciendo los instrumentos modernos de dominación: hoy son Historia.

Continuará…

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¿Cómo comunicar sobre José Martí? Dossiers Cubaperiodistas

 


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