Alejandro Lugo fue uno de esos actores emblemáticos que nunca se olvidan. Su talento lo demostró en el cine, la radio, la televisión y el teatro. Fue un artista versátil y auténtico, un hombre que se construyó a sí mismo a base de constancia y firmeza en los proyectos.
En el séptimo arte lo vimos brillar en películas coproducidas entre Cuba y México, como el caso de Siete muertes a plazo fijo, un filme que abrió las puertas al género del thriller en estilo criollo. También en las cintas Casta de roble, La mujer que se vendió y El farol (todas producidas antes de 1959) hizo gala de sus dotes histriónicas; y luego del triunfo de la Revolución trabajó en 19 largometrajes, en los que compartió set con Daisy Granados, Idalia Anreus y otras importantes actrices.
Lugo es recordado, además, por el arte de enseñar con sumo magisterio y compromiso. “No era gente de compadreo”, nos dice una de sus alumnas, la actriz Teresita Rúa, a quien entrevistamos para Cubacine con el fin de conocer la dimensión humana y creativa de su profesor, a propósito del aniversario 25 de su fallecimiento este 25 de enero.
¿Cómo conoció a Alejandro Lugo?
Conocí a Alejandro Lugo, afortunadamente, en el año 1969, a través de una convocatoria del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) para formar actores. Fui y me hicieron una prueba, yo nerviosísima por si no me aprobaban. En ese momento tenía 18 años, casi al cumplir los 19. Me seleccionaron, y a partir de ahí formé parte de la escuela de actuación, cuyo director fue Lugo. La escuela duró alrededor de tres años.
¿Cómo era en calidad de profesor?
Lugo fue una de las personas maravillosas que he conocido, bondadosa, y nos amó muchísimo. Puso en esa escuela y en cada uno de nosotros corazón y alma. Dejó de trabajar en sus proyectos como profesional para dedicarse mañana, tarde y noche a la escuela. No nos veía solamente como alumnos, sino como seres humanos que él tenía que trabajar, ver las características de cada uno de nosotros, los problemas emocionales, él iba más allá. A veces lo sentíamos hasta como un padre.
Jorge Serguera, presidente del ICRT en aquel momento, ante una situación que se produjo con el éxodo de artistas —era una persona que siempre tenía muchas ideas y le gustaba la cultura—, creó cursos para las distintas especialidades del organismo.
Anterior a esta escuela había creado un curso para preparar actores, pero de duración corta. Después vino la necesidad de seguir preparando a los artistas y él llama a Alejandro Lugo. Tengo entendido que Serguera le había propuesto un término, o sea, una duración del curso de seis meses a un año, y Lugo le dijo que un actor no se prepara en ese tiempo, y que si él era el director de la escuela (recuerdo esto más o menos así), tenía un proyecto más ambicioso, porque el actor necesitaba de la preparación necesaria, mínima, para enfrentar el trabajo. Eso no se puede hacer en tan corto tiempo. Lugo, incluso, nos llevaba a dar clases de equitación y natación.
¿Cuáles asignaturas se impartían?
Actuación, lógico, era lo básico, así como Historia del Teatro, clases de Inglés y Español. En la escuela había actores de distintas edades, estábamos nosotros que éramos más jóvenes, pero había otros mayores.
¿Qué otros profesores integraron el centro?
Primero Lugo, que daba clases de Actuación, voz y dicción. También Alfredo Perojo nos impartió, entre otras asignaturas, Historia del Teatro; y Alden Knight, además de Actuación, nos dio otra especialidad y trabajó mucho todo lo que era la teoría de Stanislavski, junto con Lugo y Perojo. Los tres lo hicieron.
Lo que yo sé ha sido por la escuela. Tuvimos profesores de Música, Expresión corporal, Historia, que la daba Morel Gutiérrez, un alumno de la escuela, porque era profesor en un preuniversitario y después pasó a ser estudiante. Fue un programa completo y amplio.
Lugo nos hacía practicar en los estudios. Con el profesor Julito Lot dimos clases de radio, que tiene una forma distinta porque el medio es diferente. En televisión Alejandro también nos daba seguimiento a todo.
Por ejemplo, en mi etapa de alumna, Silvano Suárez me llama y le pide permiso a Lugo para que yo protagonizara una aventura en vivo, Los indómitos, y Lugo a casi nadie dejaba hacer papales durante el tiempo de preparación. Él decía que teníamos que empezar por lo más bajo, ¿cómo que protagónicos? A veces nos molestábamos porque queríamos la oportunidad, pero Lugo sabía lo que hacía, por muchas razones. Uno siempre debe empezar desde abajo. En mi caso, accedió a que estuviera en Los indómitos, pero siempre velando. No dejaba que hiciéramos cosas por ahí, todo el tiempo estaba pendiente porque nos estábamos formando. Para sintetizar: dábamos las clases y las acompañábamos con la práctica en los estudios, tanto de radio como de televisión.
¿En esa escuela estudiaron otros artistas que debutaron por su talento?
Sí, cómo no: Jorge Villazón, Leonardita Ruiz, Susana Pérez, Irela Bravo, Natacha Díaz, Miriam Vázquez, Frank Almeida, Ida Gutiérrez, Maggie Castro, Severina Matamoros, Mario López; mientras que otros se dedicaron a dirigir, como Eduardo Macías.
No escogieron biotipo, sino talento, y por eso había diversidad. La escuela que formó Lugo fue muy buena, nos preparó para la vida. Los fines de semana nos convocaba a los trabajos voluntarios del ICRT y también nos íbamos para el tabaco o la caña. En las mañanas trabajábamos y después, en las tardes, las clases. Estoy muy agradecida con él.
En materia de actuación, ¿recuerda algún consejo de Alejandro Lugo?
Nos decía que todo era a partir de la concientización y del estudio del personaje. Para eso está la técnica de Stanislavski, que va de lo general a lo particular, además de la razón, la fe y el sentido de la verdad. Nada en escena era por gusto, las cosas tenían un porqué y teníamos que trabajar exhaustivamente hasta lograr lo correcto, sin dejar de estudiar. Nos hacía hincapié en que no creyéramos que ya habíamos llegado, porque “la fama no es nada, lo mismo sube hoy que mañana cae. Usted no se puede confiar en este trabajo”, él decía eso.
Nos aconsejaba también a respetar mucho la escena, que no se podía engañar al público, había que ser sincero y honesto consigo mismo. Decía que teníamos que ser muy críticos y que ser actor lo daba el día a día. Le agradezco mucho y cada día que pasa lo hago más.
Verdad que la letra con sangre entra, porque él no era fácil, de esas personas que no dejan pasar las cosas. A lo mejor en ese momento me puse brava o me molesté, pero qué bueno que tuve una persona que se ocupó de mí. Nos decía que esta profesión era muy dura, pero uno tenía que salir adelante siempre, porque era la razón de ser del artista.
La voz de Alejandro Lugo, ¿de qué forma la recuerda?
Una voz muy linda, más bien sobre lo grave y temible en un momento determinado. Lugo tenía un carácter fuerte y no era gente de compadreo. No hablaba mucho de su vida, pero como muchos, se hizo a fuerza de voluntad y tesón. Vino desde abajo, desde lo humilde y mira la gran estrella y persona que fue.
¿El público cubano lo admiraba como artista?
Era una persona conocida en la radio y la televisión, en ambos medios. Hizo teatro, por lo que fue un actor muy completo. La gente lo recuerda más por la televisión. Era muy atlético, antes de ser artista fue boxeador, incluso, tenía la nariz como la de estos deportistas, y en las películas se veía que era un hombre fuerte.
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