Joaquín Salvador Lavado Tejón, conocido como Quino (Mendoza, 17 de julio de 1932), ha muerto hoy. Creador de personajes entrañables, cuya líder, Mafalda, es internacionalmente amada, tuvo la magia, el talento y la creatividad de, además, trabajar en otras muchas líneas del dibujo humorístico. Varios libros dan fe de su inmensurable laboriosidad, más allá del fabuloso universo mafaldiano. Sin detenerme a revisar su amplia bibliografía, cito de memoria: La aventura de comer, Mundo Quino, !Qué presente impresentable!, ¿Quién anda ahí?, Quinoterapia y Humano se nace. Seguramente existen muchísimos otros volúmenes que reúnen sus dibujos, porque la capacidad imaginativa de Quino parecía infinita. Y su bondad, también. Cuando en el año 2007 vino a Cuba, invitado a una Feria del Libro, tuvimos la oportunidad de disfrutar su presencia, y comprobamos que era un hombre tímido, sabio, generoso, como una mezcla de Felipito (personaje inspirado en Jorge Timossi, su amigo y coterráneo) con la propia Mafalda.
No hay que ser muy sagaz para darse cuenta del mensaje que siempre intentó transmitir a través de su arte. El solo hecho de la lograda efectividad de sus trazos, de la elegancia plástica, del humor que encontraba en cada acto cotidiano aparentemente trivial, ya situaba a Quino en la cima mundial del dibujo humorístico. No es menor, sin embargo, su posicionamiento en términos humanos, su solidaridad ante los menos favorecidos a cualquier escala, su burla/denuncia ante lo peor del mundo. Al mencionar su carácter solidario, no puedo eludir una anécdota personal. En noviembre del año 1988, mientras yo cumplía nueve meses de Misión Médica en Zambia, mi madre visitó Buenos Aires, y tuvo la fortuna de intercambiar criterios acerca del humor en la caricatura, nada más y nada menos que con Quino. Aunque ella no me detalló tal encuentro, puedo imaginarlo: expertos en diversas aristas (autor y crítica), seguramente congeniaron mucho. Al finalizar, el creador de Mafalda le ofreció a mi madre su libro más reciente, “Quinoterapia”, ante lo cual ella le pidió que, por favor, lo dedicara a su hija, que era doctora, en esos momentos en África. Quedaron en verse al dia siguiente, pero debido a compromisos de Quino, no pudo ser. Horas más tarde, mi madre tomaba el avión de Cubana para regresar a La Habana. Justo antes del despegue, una azafata recibió una llamada, y, acto seguido, preguntó a los pasajeros quién era Adelaida de Juan. Mi madre se identificó, asustada, pensando en alguna mala noticia de Cuba, pero grande fue su sorpresa cuando un mensajero, llegado a última hora, le entregó un libro que le enviaba Quino. Mi madre no podía creer semejante delicadeza. En la primera página de “Quinoterapia” leyó: “A Laidi, con cariño, no solo de mi corazón, sino de todo mi sistema cardio vascular”.
Yo tampoco podía creerlo cuando ella me lo contó, primero a través de cartas, y luego, a mi regreso, al hacerme entrega de esa joya, que he guardado durante treinta y dos años. Más que un regalo fabuloso (que obviamente es), asumo sus palabras de dedicatoria como una bandera, como una declaración de principios a lo que nada hay que añadir.
Por todo, por tanto, y también por ese regalo: Gracias, Maestro. La tierra, el cielo y el mar lo recibirán como Usted merece. Hasta siempre.
30 de septiembre, 2020.
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